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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co
En 1930 más de 1000 economistas de Estados Unidos, encabezados por Irving Fisher y Frank Taussing, pidieron al presidente Hoover vetar la ley Smoot-Hawley que implantaba un arancel de 40%. Escribían:
“Nuestro comercio de exportación sufrirá. Los otros países no pueden comprarnos permanentemente a menos que les permitamos vendernos, y cuanto más restringimos las importaciones provenientes de ellos por medio de tarifas elevadas más reducimos la posibilidad de venderles nuestras exportaciones”.
Y añadían esta advertencia:
“Hay ya múltiples evidencias de que tal acción inevitablemente provocará que otros países nos paguen con la misma moneda mediante la aplicación de gravámenes retaliatorios contra nuestros productos”.
Hoover hizo caso omiso de ese llamado y las represalias no se hicieron esperar: Reino Unido respondió con su Import Duties Act, y estableció la Política Imperial de Preferencias dentro de la cual se incluyó a Canadá, país que, a su turno, aplicó aranceles más altos a productos estadounidenses; Francia, Alemania e Italia aumentaron los aranceles sobre productos estadounidenses y promovieron acuerdos comerciales con otros países europeos; Argentina, Brasil y México respondieron también con tarifas más altas y buscaron diversificarse hacia Europa, al igual que Australia y Nueva Zelanda.
En conjunto, estas represalias llevaron a una reducción de aproximadamente un 66% en el comercio internacional entre 1929 y 1934 - estimó Charles Kindleberger en su clásico libro “La crisis económica 1929-1939”- lo que convirtió la recesión en la Gran Depresión de los años 30. La política keynesiana de salir de la crisis empobreciendo al vecino terminó por empobrecer todo el vecindario.
La economía mundial evitó impactos graves sobre el crecimiento y el empleo del colapso financiero de 2007-2008 gracias a la política monetaria a ultranza de los grandes bancos centrales y, principalmente, a que la mayoría de países resistieron la tentación proteccionista, permaneciendo fieles a sus acuerdos de libre comercio y a las reglas de la OMC. En 2009 el comercio mundial cayó 23%, pero en cada uno de los dos años siguientes creció 20%, de tal suerte que en 2012 había superado en 15 puntos porcentuales el nivel previo a la crisis.
La mayor comprensión del funcionamiento del mecanismo monetario y de los efectos nocivos de las guerras arancelarias ha evitado al mundo que las crisis cíclicas del capitalismo – de las que se han presentado unas 7 desde el final de la Segunda Guerra Mundial - se transformen en depresiones profundas y le ha permitido una gran expansión de la riqueza con un comercio internacional cuya tasa de crecimiento ha duplicado la del PIB mundial desde mediados del siglo XX.
El gigantesco déficit comercial de Estados Unidos está determinado por la cuantiosa inversión extranjera directa y de cartera que recibe ese país y por su también gigantesco déficit fiscal que ha llevado a una deuda acumulada de 36 billones de dólares, 124% del PIB. La balanza de pagos manda y la balanza comercial obedece. El arancel Trump no eliminará el déficit comercial de Estados Unidos, pero puede hacer mucho daño.