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De TikTok y otras drogas en la geopolítica

hace 6 horas
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  • De TikTok y otras drogas en la geopolítica

Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

En 1793, la corona británica envió a George Macartney en una misión diplomática a China. Fue el primer intento oficial de Europa por acceder al mercado de este país. Aunque la misión no fue un fracaso absoluto, la respuesta del gobierno chino —que había dominado el este de Asia durante siglos— fue, en el mejor de los casos, desdeñosa. En su célebre carta al rey Jorge III, el emperador Qianlong escribió:

“Nuestro Celestial Imperio posee todo en abundancia y no carece de ningún producto dentro de sus fronteras. No hay necesidad de importar las manufacturas de los bárbaros a cambio de nuestros bienes.”

Uno de los pocos logros de la misión fue la identificación de productos con alto potencial en el mercado chino. Entre ellos, el opio resultó ser el más exitoso. Así comenzó un comercio muy lucrativo: los británicos, a través de la Compañía de las Indias Orientales, y luego otros países europeos, empezaron a cultivar opio en sus colonias asiáticas y a venderlo en China.

El consumo de opio se extendió rápidamente. Algunas estimaciones sugieren que hasta una cuarta parte de la población china llegó a ser adicta. Alarmado por las consecuencias de la adicción al opio, el gobierno chino prohibió su comercio, lo que eventualmente desencadenaría las Guerras del Opio. La superioridad militar europea permitió una victoria contundente, marcando el inicio del llamado “siglo de la humillación”, un período de dominación extranjera que, según la narrativa oficial del Partido Comunista Chino, solo terminó con la llegada de Mao al poder en 1949. Este siglo de humillación está en el corazón del relato estatal sobre las relaciones entre China y Occidente, un relato que enfatiza el despojo y la explotación.

Curiosamente, las drogas modernas vuelven a conectar a China y Occidente bajo lógicas similares, aunque en direcciones opuestas. En lugar de productos adictivos que fluyen desde Occidente hacia China, es ahora China quien exporta estos “estimulantes”. Podríamos hablar de la industria china en la cadena de suministros de fentanilo y de las escenas desgarradoras de adicción a él en ciudades estadounidenses, pero prefiero centrarme en una droga más cotidiana, una que probablemente usted también consume: TikTok.

TikTok es altamente adictivo. En Estados Unidos, 170 millones de personas usuarios, y su uso promedio es de 58 minutos diarios. En segmentos poblacionales particulares el consumo es muchísimo más alto: el 22% de los adolescentes están en la plataforma hasta tres horas por día. El gobierno chino parece consciente de esto: la versión que se puede usar en China, Douyin, está altamente regulada y goza de funciones automáticas para limitar su uso diario.

Como con el opio en la China del siglo XIX, algunos gobiernos en Occidente han intentado prohibir TikTok. En Estados Unidos, los esfuerzos han sido postergados, pero persisten. Sus defensores argumentan que, además de riesgos para la salud pública, la aplicación podría ser una herramienta de espionaje y aprendizaje estratégico, otorgando a China ventajas geopolíticas. Incluso sin considerar estos aspectos, TikTok es ya bastante rentable para China. En 2024, TikTok generó 10 mil millones en ingresos solo en Estados Unidos, casi la mitad de sus ganancias globales, y ByteDance, su empresa matriz, está valorada en más de 300 mil millones de dólares. Para algunos en China, esto representa una revancha histórica, una respuesta al “siglo de la humillación” y una prueba de su retorno al liderazgo global.

Esta reflexión es crucial para América Latina. Por generaciones, la región ha sido un actor clave en la producción y comercio de drogas, pero ha participado de forma pasiva en el debate global, limitándose aceptar las narrativas de los países consumidores. Aunque es comprensible que Estados débiles cedan ante presiones internacionales, sorprende que las élites intelectuales de la región refuercen aquellas visiones al pensar permanentemente las drogas como un problema interno de salud pública o criminalidad. Aceptar las condiciones impuestas por el contexto es una cosa; creerse la narrativa de que somos los villanos es otra. Debemos incorporar al debate sobre drogas —tradicionales y digitales— las dinámicas de economía y política internacional que las impulsan, reconociendo su regla fundamental: las drogas que enriquecen a los poderosos son aceptadas y protegidas, mientras que las que producen los débiles son condenadas y perseguidas.

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