A punta de libros y hamacas, Carlos Andrés Mesa y un grupo de personas en el barrio Santo Domingo recuperaron uno de los miradores más deslumbrantes de Medellín que durante años estuvo bajo control de cuatro plazas de vicio. En los últimos seis años este lugar, ubicado al lado del colegio Antonio Derka, el más grande de la Comuna 1, pasó de ser una zona de miedo a estar habitado por toda la comunidad; estudiantes, familias, adultos mayores. Pero esa conquista podría perderse. Por eso ahora Carlos clama al alcalde Federico Gutiérrez que los ayude a mantener ese oasis de cultura que justamente comenzó a rescatarse en la primera administración del hoy alcalde.
Carlos es un líder comunitario hasta los huesos; inquieto y terco. Llegó a Medellín en 2002 desplazado con su familia desde el corregimiento de Santa Rita, en Ituango, luego de que la guerrilla asesinara a su hermano y amenazara con reclutarlo a él, de 14 años, y a su otro hermano. En Medellín durmieron a la intemperie, vivieron en Belén Zafra donde la guerra los sacó nuevamente y, finalmente, tras prestar servicio militar se asentó en Santa María de la Torre, en Santo Domingo, hace 17 años, y allí echó raíces.
Carlos ha hecho todo lo que se puede hacer desde un liderazgo comunitario. En 2020 salió a andar las calles a romperse la voz en plena pandemia pidiendo ayuda y así logró conseguir 8.000 mercados para las familias del barrio. En 2023 se propuso reconstruir 100 casas buscando todas las manos posibles que lo ayudaran con materiales, mano de obra y recursos para conseguir esa meta. Lleva 26 y no descansa para acercarse al centenar de viviendas dignas. En este momento, dice, hay diez familias mojándose cada noche esperando que nuevos padrinos se sumen a la causa.
Pero la semilla del que es su proyecto bandera se plantó en 2017. A finales de ese año, la alcaldía de Federico Gutiérrez inauguró al lado del colegio Antonio Derka, uno de los colegios de calidad construidos en la administración de Sergio Fajardo, la mega aula Derka. Fueron tres mega aulas las que se construyeron en ese cuatrienio, las otras dos en la sede del ITM en Boston y en Castilla. Fue un proyecto de la alcaldía con recursos de cooperación internacional que buscó, en términos generales, mejorar la calidad educativa formando a estudiantes y docentes de colegios en competencias de lectura y lógica matemática.
Carlos se sumó al mismo y se enfocaron en el modelo de pedagogía conceptual, que aborda la formación de las personas desde tres perspectivas: las competencias afectivas, cognitivas y expresivas, y en el que, por ejemplo, le enseñan a los estudiantes a poner en práctica esos conocimientos en sus propios contextos y realidades. Participaron 1.200 estudiantes y 60 educadores.
El día que inauguraron la mega aula, en septiembre de 2017, Gutiérrez aseguró que era la recuperación definitiva de un espacio secuestrado por la delincuencia. Pero estaba equivocado, pues si bien demostró el poder transformador de la educación en barrios periféricos, también mostró que si están amarrados a la voluntad del mandatario de turno y no están blindados como proyectos de ciudad, por más ambiciosos que sean están destinados a marchitarse rápido. Las plazas de vicio volvieron a reclamar su control.
Así que Carlos, dispuesto a no dejar perder nuevamente ese mirador, fue directo a la raíz del problema. Buscó a los responsables de las plazas de vicio y directamente les pidió que se marcharan y permitieran montar allí una zona segura para la gente. Seguramente convencidos de que no tenía forma de lograrlo, le respondieron que tenía dos días para mostrarles con hechos lo que pensaba hacer con ese espacio y, tal vez, pensarían sacar de allí sus plazas de vicio. No contaban con la decisión de Carlos, que de inmediato armó cuadrillas para lavar el lugar, se fue a conseguir unos tubos, buscaron un equipo de soldadura y salieron a buscar cuatro hamacas. Fue una idea prestada que Carlos no dudó en ejecutar en esas 48 horas que le dieron. Ya había leído que en ciudades suizas instalaban hamacas en vía pública para el ocio y la lectura de la gente, y pensó que perfectamente esa podría ser la idea que permitiera rescatar de nuevo el mirador y detonar otras iniciativas en el barrio.
Dicho y hecho. Sorprendidos por el cambio que lograron Carlos y su gente de ese espacio, los responsables de los jibariaderos aceptaron marcharse del lugar y solo uno, el más reticente a dejar las rentas de ese que consideraba como un lugar estratégico para el microtráfico de la zona, terminó convencido por su propio hijo que tras dejarse caer en una de las hamacas y mecerse le dijo a su papá que el barrio necesitaba un sitio así.
Así nació Lectores a la Hamaca, pensado para ofrecer un lugar seguro para la formación cultural y recreativa de los niños de Santo Domingo. Más de 3.000 niños, niñas y jóvenes que se han visto beneficiados a lo largo de estos años. Con semejante impulso de recuperar solo con el poder de la palabra un lugar controlado por expendios de droga, el proyecto fue tomando vuelo y personas y privados se acercaron para apoyarlo. Pero con el paso del tiempo solo permaneció un aliado constante, una fundación estadounidense llamada Corazones Unidos. Por lo demás, Carlos lamenta que nunca en estos seis años recibió apoyo por parte de la alcaldía, y mientras tanto, los problemas comenzaron a aparecer: el lugar empezó a presentar deterioro, la grama que inicialmente había sido instalada causó daños por filtraciones y el proyecto, que ya estaba con planes de expansión por el departamento, empezó a verse a gatas día a día. Del domo que era el centro de la mega aula no quedó ni una lámina, y aunque el líder comunitario dice que le propusieron varias veces a la administración de Daniel Quintero que continuara con esa iniciativa, que no la dejara morir, nunca obtuvieron respuesta. Por eso Carlos ha intentado por varias vías que el alcalde Federico Gutiérrez, cuya administración sembró la semilla para recuperar ese lugar, no deje que el proyecto desaparezca.
El desafío de hacer lo que no hace la institucionalidad
Luis Miguel Tuberquia Gracián es un universitario de 24 años y es el director pedagógico de Lectores a la Hamaca. Se encarga de que todos los proyectos que emprendan cumplan con lo que llamaron Triángulo del Saber, que consiste en formar a los muchachos desde tres factores: el social, el expresivo y el de conocimiento. Esto, en la práctica, según explica Luis Miguel, consiste en partir del contexto en el que viven: riesgo de reclutamiento en bandas, microtráfico, pobreza, y así adaptan todo los espacios lúdicos y culturales para que sean herramientas ante los desafíos de ese entorno en el que habitan. Por ejemplo, detectaron que uno de los grandes problemas es la falta de capacidad comunicativa entre los niños y jóvenes con sus familias, y que esa carencia radicaba en los pocos estímulos de lenguaje que reciben. Entonces, con la literatura, más que buscar que acumulen libros leídos intentan darles las herramientas para que expresen lo que tienen por decir. En el semillero que orientan trabajan una estrategia llamada “El libro humano”, en la que poco a poco los jóvenes encuentran la manera de contar sus historias, sus problemas, como el matoneo. Los domingos, en el mirador, un grupo seleccionado de todos los niños que asisten al proyecto reciben refrigerio para suplir al menos un día que dejan de recibir la alimentación escolar.
También los adultos mayores hacen parte del proyecto a través del grupo “Amor mayor”, cada jueves, 60 de personas reciben refrigerio y formación de lectura, escritura y actividades que estimulen su actividad mental.
Todo eso es posible gracias a la labor de voluntariado de los que integran el proyecto. Pero la capacidad para mantenerlo, dice Carlos, va menguando aceleradamente pues aún con sus propias necesidades en sus hogares deben poner de su bolsillo para que se siga a flote. Luis Miguel, por ejemplo, está finalizando su carrera en Historia en la Universidad de Antioquia. Tiene en sus planes conseguir un empleo estable pero también la disyuntiva de qué pasará las iniciativas pedagógicas de Lectores a la Hamaca, pues sabe que no es fácil hallar quién se le mida a la demandante labor social. Por eso comenzó este año un podcast llamado “Historia de bajo presupuesto” en Spotify, en el que hace divulgación histórica con un lenguaje cotidiano. Estima que si logra consolidar con esta iniciativa una fuente de ingresos podría seguir dedicando amplio tiempo y esfuerzos a Lectores a la Hamaca.
Lo cierto es que el margen de maniobra que tienen es poco. La única fuente de ingresos que tenían, un pequeño parqueadero improvisado que acondicionaron en una zona por la que no transitan personas, se los hizo quitar Espacio Público. Con esto compraban los regriferios y ayudaban con el arriendo a quienes permanecen todo el día allí garantizando que los niños y jóvenes puedan ingresar cuando quieran a leer o jugar en un espacio seguro.
Carlos dice que lo único que ha logrado con la alcaldía Gutiérrez es que lo atiendan asesores pero no han logrado nada concreto. También ha intentado hablar diez veces con el gobernador Andrés Julián Rendón, pues con sus pocos recursos han querido llevar Lectores a la Hamaca a Ituango y Bajo Cauca desde donde reciben constantes llamados de profesores y padres de familia para que hagan allí una labor social que puede ser clave para las problemáticas que atraviesa en la ruralidad: reclutamiento por grupos armados, microtráfico, trastornos de salud mental. Pero tampoco le ha sido posible llegar a Rendón.
“Yo sé que el alcalde mantiene muchas ocupaciones, pero lo único que le pedimos es que venga un rato y nos permita mostrarle lo que hacemos; él lo sabe, él nos sigue en redes. Lo que queremos es mantener recuperado este lugar que comenzó a rescatarse por una iniciativa de su gobierno anterior, entonces esperamos contar con él para que este proyecto no desaparezca porque, tristemente tengo que reconocerlo, estamos en riesgo de que suceda”, concluye Carlos.