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Quién ganó el jueves

La marcha del jueves no fue contra la justicia: fue por la justicia. Contra su instrumentalización”.

hace 2 horas
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  • Quién ganó el jueves
  • Quién ganó el jueves

Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada

No es frecuente que un país se mire al espejo y reconozca a la vez en su reflejo, miedo y determinación.

Lo que sucedió el jueves en Colombia, con decenas de miles de ciudadanos marchando bajo la lluvia, en festivo, en medio de Feria de Flores y sin respaldo institucional, no fue una algarabía partidista, ni una estrategia concertada: fue una reacción espontánea, visceral, ciudadana. Una afirmación cívica de los valores en los que creemos. La foto de un país que quiere recuperar el norte.

Como advertía Álvaro Gómez Hurtado: “Llegamos a un momento en que la justicia parece creada para los victimarios, no para las víctimas”. Nadie como Uribe encarna ese dilema nacional: un hombre perseguido por el aparato judicial, mientras los jefes guerrilleros son premiados con curules, presupuestos y cámaras de televisión que ensalzan su impunidad.

Por eso el 7A ganó Álvaro Uribe, sin duda. Ganó con todo en contra: el clima, la persecución de nuestra propia GESTAPO disfrazada de ministerios y superintendencias, los señalamientos de corrección moral de los bien pensantes, la carga simbólica de una detención injusta. Y aun así, la gente salió. Lo hizo para respaldarlo, pero también para vencer el temor.

Ganó también su entorno más cercano: Tomás y Jerónimo, por su gallardía; Miguel Uribe, por ser el referente de un país víctima de la violencia que sigue creyendo en que hay una salida; la defensa jurídica del Presidente, por su elegancia en medio de una presión infame; Abelardo De la Espriella, por haber llamado primero a las calles; Enrique Gómez, por sumarse sin ambigüedad a la causa. Ganó el Centro Democrático, por cohesión y valentía. Ganaron las posturas claras, las que no temen perder capital político por decir lo que creen.

Perdió el centro que teme asumir posturas. El que ha confundido prudencia con ausencia. El que cree que hablar con firmeza es populismo y guardar silencio ante la injusticia, es sensatez. Ese centro que no representa ni a los que marcharon ni a los que no lo hicieron, pero se aferra a una pretendida superioridad moral para juzgar a quienes sí toman partido. Como si rechazar la arbitrariedad fuera extremismo. Como si creer en la inocencia de Uribe fuera una muestra de ceguera ideológica, y no una conclusión legítima ante el desequilibrio evidente del proceso en su contra.

La marcha del jueves no fue contra la justicia: fue por la justicia. Contra su instrumentalización. Contra la selectividad. Contra el silencio cómplice. Fue una manifestación emocional, sí, pero también racional: porque cuando la gente percibe que el Estado pierde ecuanimidad, reacciona.

En la historia, las sociedades que han salido a la calle para defender principios básicos lo han hecho en momentos de ruptura institucional: los franceses con De Gaulle en 1958, los polacos con Solidaridad, los españoles ante el 23F. En todos los casos, el mensaje fue el mismo: no estamos dispuestos a dejar que la política se rinda ante la cobardía o el cálculo.

Y es que en la política, como en la vida, no se puede representar todo. Hay que representar algo. La neutralidad como virtud absoluta es una ficción útil para la academia, pero vacía para la realidad. Colombia no está para eufemismos. Está para claridad. Y la claridad cuesta. Implica alzar la voz, incomodar, romper con ciertos círculos. Implica decir lo evidente: que Álvaro Uribe representa hoy las certezas que Colombia anhela de vuelta, incluso en medio de una condena absurda.

Lo del jueves, fue una victoria de la decencia, de la firmeza, de la memoria, del sentido de justicia. Y tal vez, ojalá, del futuro. Si este país quiere recuperar el rumbo, tendrá que decidir si otra vez, premia la ambigüedad, o si elige, con convicción, a quienes han probado que pueden resistir tormentas. No porque sean infalibles, sino porque son coherentes..

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