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Lo que pido / Lo que
llega por Temu
Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada
Hay una sabiduría involuntaria en los memes que se desliza entre sátira, pero que retrata con más precisión que muchos tratados políticos la paradoja de nuestra época. Como cuando uno pide un abrigo de cashmere por Temu y lo que llega es una bufanda que pica, mal cosida, y embutida en una bolsa que dice luxury edition. La diferencia entre lo que pedimos y lo que recibimos no solo es burda, sino dolorosamente reveladora. Así pasa, también, con la política. Algunos pidieron cambio y lo que les llegó fue Petro.
Desde hace mucho advertimos lo que significaba esta presidencia: un proyecto que escudado en buenismo escondía tufo autoritario, embalado en retórica de justicia social pero sostenido por la trampa. No faltaron quienes se burlaron. Los bienpensantes capitalinos -que no pisan Transmilenio desde 2005 pero pontifican sobre qué es lo que le conviene al pueblo- nos acusaban de alarmistas, de estar atrapados en el extremismo de la derecha. Hoy, varios de esos mismos escépticos, con gesto compungido y tono de revelación tardía, reconocen que teníamos razón.
Y aunque no estamos para regodearnos, lo cierto es que hace rato veníamos advirtiendo que Gustavo no iba por una consulta, sino por una constituyente espuria para reformar el modelo del Estado. Que tras atacar al Congreso vendría por las cortes, declarará que el sistema no lo dejó gobernar y pedirá refundarlo todo, con una única intención: reventar la democracia para secuestrar las elecciones de 2026.
Eso es lo que pidió Petro: su revolución, su mito fundacional, su lugar en la historia. Lo que pidió fue ser el caudillo redentor. Pero lo que le llega por Temu es un manual del fracaso. Porque la realidad es menos glamorosa que la fantasía bolivariana. Gobernar le quedó grande: ni revolución, ni transformación. Solo improvisación y una indignante mediocridad rodeada de escándalos grotescos.
Hoy, Gustavo Petro es un presidente corroído por su propio ego. Sin lo que él llama “el pueblo”, está solo. Abrazado por personajes como Benedetti, Sarabia o Montealegre. Su “huelga general” fue un fracaso, sus marchas convocadas apenas llenaron una glorieta y su retórica heroica se estrella con un despertar ciudadano, que ya no traga entero. El ELN y otros grupos criminales, que creía que se rendirían ante él, lo vilipendian públicamente. Y mientras sueña con una epopeya refundacional, se encuentra sin plata, sin Congreso, sin fuerza pública, sin calle, y con una narrativa que se agota en victimización bochornosa.
Pero que no nos distraiga su dramatismo. Aunque atrapado entre frustración y delirio, Petro no está derrotado. Su formación subversiva le enseñó a operar en el pantano. Ahí es donde es más peligroso. Su debilidad institucional no lo hace menos temible: lo hace más agresivo. Por eso no podemos permitirnos ni la apatía ni la amnesia. Tampoco ignorar que el peligro no está solo en Petro, sino en esa legión de reciclados políticos que hoy se presentan como arrepentidos ingenuos, cuando en realidad fueron cómplices entusiastas. Esta es la hora de resistir, no de retirarse. Cada exceso presidencial debe enfrentarse. Cada intento de erosión institucional debe ser denunciado. Y cada oportunista disfrazado debe ser expuesto. De lo contrario, seguiremos pidiendo una República y será una republiqueta lo que nos llegue y esta vez, no será por Temu.