Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Ese zar retratado con patetismo por el historiador perseguido y víctima del siniestro Ramón Mercader en México, es el patrono de no pocos mandatarios ineptos del planeta.
Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
La mejor narración sobre los últimos días del régimen zarista de los Romanov la escribió Trotsky en la magistral y entretenida Historia de la Revolución Rusa. Nicolás II era un individuo culto, de trato amistoso a sus allegados, pero indolente hasta el máximo extremo. Los asuntos de la alta política no le interesaban, pese a las turbulencias que agobiaban a Rusia en la época previa a la Revolución y al derrumbe de la dinastía. Nada por grave y conmocionante que fuera despertaba su interés. Prefería concentrarse en las intimidades de la vida familiar, en las rutinas palaciegas, en el té de las tardes, con la zarina y algunos invitados y en el goce con la cacería de cuervos y los paseos en canoa. También le encantaba tomar baños de mar.
Tal parece que el zar, símbolo del despotismo cruel y del desinterés por el destino y el protagonismo de lo que se ha denominado pueblo, sigue siendo modelo de comportamiento en los días actuales en que abundan los líderes torpes e inútiles, los tontos u orates apasionados por el poder que no saben para qué y a quiénes sirve, los sujetos que mienten sin el más mínimo reato de conciencia, los promeseros de sociedades felices, delirantes con galaxias sobrehumanas mientras las provincias lejanas padecen el castigo de la violencia y la pobreza, es decir los que se arrogan competencias autocráticas y menosprecian los ideales de paz y justicia, las angustias y los sufrimientos de las llamadas masas de siervos sin tierra y sin cielo. Ese zar retratado con patetismo por el historiador perseguido y víctima del siniestro Ramón Mercader en México, es el patrono de no pocos mandatarios ineptos del planeta.
Trotsky lo pintaba así también:
“El diario del zar vale por todos los testimonios. Día tras día, año tras año, van registrándose en estas páginas las notas abrumadoras de su vacuidad espiritual: “He paseado un largo trecho y matado dos cuervos. He tomado té al oscurecer.” Paseo a pie, paseo en lancha. Más cuervos y más té. Todo lindando con la pura fisiología. Y cuando habla de ceremonias religiosas, lo hace en el mismo tono que cuando registra un festín”.
“El horizonte mental del zar no llegaba más allá que el de un modesto funcionario de policía, con la diferencia de que éste, pese a todo, conocía mejor la realidad y no vivía atosigado por la superstición. El único periódico que durante muchos años leyó Nicolás II y del que nutría sus ideas era un semanario editado con fondos oficiales por el príncipe Mechersky, hombre ruin y venal a quien despreciaban hasta en la misma pandilla de burócratas reaccionarios a que pertenecía. Por delante del zar cruzaron dos guerras y dos revoluciones, sin que estos acontecimientos dejasen la menor huella en su horizonte mental: entre su conciencia y los acontecimientos se alzaba constantemente el velo impenetrable de la indiferencia”.
¿A quiénes se les parece el Zar descrito por Trotsky?