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Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Para que no pueda ser cualquier indeseable el que resulte elegido Presidente, una sala especial de admisiones del Consejo Electoral debería tener la competencia de apretar las condiciones y evitar que en la lista de aspirantes se cuelen sujetos indignos, incompetentes y despojados de condiciones éticas y capacidades administrativas para el manejo del poder con garantías para realizar el bien común. No se perdería un año más de la historia al hacer el balance de doce meses y al menos podría concluirse que el Estado no está a órdenes de un individuo destructivo y obsesionado por hacerle daño a alguien como propósito cotidiano.
Las exigencias constitucionales a los que aspiren a la presidencia son mínimas, insuficientes y casi ridículas. Los criterios de selección están regidos por procedimientos viciados que malogran la idea de aproximarse a la democracia y la vuelven una caricatura lejanísima, por ejemplo, de imitar al menos el sueño del Siglo de Pericles o de sistemas electorales decentes y eficaces, que los hay en el mundo así sean tan escasos y exóticos. Desde el Bobo de la Yuca hasta el estadista insigne, desde Cosiaca hasta el mejor calificado para ser mandatario, todos tienen derecho a competir por el campeonato, con la enorme posibilidad de que ganen la mediocridad, o la perversidad, o la malicia y la mala fe, o la más siniestra vocación depredadora.
Una sala de admisiones en la corte electoral, integrada con criterios de idoneidad establecidos por un consejo plural de personas dotadas de probidad y sapiencia, podría asumir, con amplio respaldo de la voluntad general, la alta función de calificar o descalificar a los personajes que protagonizan el espectáculo de la puesta en común de proyectos, imágenes, estrategias de gobierno y objetivos evaluables y convenientes para manejar el país por el mejor camino y recuperar el tiempo perdido en ensayos fallidos, errores imperdonables, escándalos por corrupción y aprovechamiento ilícito del poder, etcétera.
Aspirar a que se reedite el Siglo de Pericles sería utópico. El ideal de una democracia radical, como el que se planteó en el Siglo Quinto A.C, sería tan irrealizable como el de una paz total. La igualdad del derecho a participar, la isocracia, llevaría a la participación hasta de los más brutos, incompetentes y perversos, como electores o como elegibles. Ese fue el error principal de la democracia perfecta y ejemplar fundada por el gran Pericles de los griegos. Se le fue la mano en bondadosos propósitos y le despejó el camino a una oclocracia inmanejable, es decir al gobierno de la muchedumbre como degeneración de la democracia. Claro que duró cuarenta años en el gobierno, todo un récord histórico, pero al final fue un fracaso.
Si los movimientos y partidos logran aceptar la selección previa de los aspirantes con base en el rescate del sentido común, puede suceder que resulte escogido un gobierno que alcance a recobrar el año perdido, el tiempo dilapidado en experimentos demagógicos, populistas y autocráticos. No se elegiría a cualquiera.