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Homenajes atemporales

La verdad es que el tenor del gobierno uruguayo distaba mucho de lo que se cocinó bajo el apellido bolivariano.

hace 1 hora
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  • Homenajes atemporales

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Ha pasado más de una semana desde la muerte de José Mujica, el ex presidente uruguayo que marcó la política latinoamericana de las primeras décadas del siglo XXI. Casi diez días desde la noticia y los reconocimientos y frases -entre sinceras e hipócritas- de aquellos que pretenden homenajearlo. Así que, se preguntarán ustedes, por qué una columna más sobre un personaje que, líder de una pequeña nación del sur del sur, tenía vínculos débiles con Colombia. Porque quizá nos permita reflexionar sobre este particular momento nacional.

Hace poco más de una década, cuando América Latina hervía en medio del ascenso en popularidad de una izquierda radical en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y cuando, arropados bajo el chavismo multimillonario, se ondeaba la bandera del Socialismo del Siglo XXI, Uruguay sirvió de punto de inflexión y crítica desde el corazón mismo del progresismo al insaciable deseo de poder.

Colombia adelantaba por entonces una guerra violenta contra la guerrilla de las Farc y el apoyo desvergonzado que este y otros grupos ilegales recibían más allá de las fronteras, facilitó la idea generalizada en la ciudadanía de que todos los gobiernos de izquierda caminaban en la misma complicidad y cabían en la misma bolsa. La verdad es que el tenor del gobierno uruguayo distaba mucho de lo que se cocinó bajo el apellido bolivariano. Mujica, con un discurso que dio siempre peso al fondo y a las formas, fue crítico de la lucha armada desde finales del siglo XX al reconocer que su pertenencia tupamara había sido un error, dada además en un contexto de dictadura, represión y tortura, y que el camino por “imperfecto que fuera” debería ser siempre la democracia. Una vez en el poder cuestionó a Hugo Chávez y luego duramente a Nicolás Maduro por las corruptelas y la represión que usan para mantenerse en el poder y que minan la institucionalidad y solidifican nuevos autoritarismos. “El de Venezuela es un gobierno autoritario. Se lo puede llamar dictador. Llámenlo como quieran”, dijo.

En una bipolaridad latinoamericana radicalizada entre derecha e izquierda, en la que cada ataque de un bando hacia su contrario pierde fuelle por la evidente incoherencia, los cuestionamientos de Mujica al desvío de la izquierda autoritaria fueron contundentes. Sus gobiernos con el Frente Amplio en Uruguay y su forma de vida sencilla a las afueras de Montevideo, su relación de respeto y admiración con la oposición de su país y la construcción de nuevos liderazgos dentro de su partido, eran certeros para demostrar que los caudillismos fueron y son una desgracia para el continente.

Cuando Colombia empieza una carrera presidencial con mezquindades, con un presidente que insiste en sacar réditos electorales del odio y la división (muy lejos del ideario de Mujica, aunque lo recordó con mensajes egocéntricos y lacrimosos) vale la pena tener presente la vida de un hombre que insistió en los consensos. Es el camino más complejo pero el único que puede sacarnos del abismo al que nos asomamos.

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