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Profe, gracias

Con el tiempo decidí estudiar licenciatura para ser profesor y poder contagiar con la pasión de los libros a otros alumnos, además, quiero identificar los talentos en los estudiantes para que despierten su imaginario.

hace 1 hora
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  • Profe, gracias

Por Dany Alejandro Hoyos Sucerquia - @AlegandroHoyos

Hay dos profesiones que admiro profundamente, o mejor tres, las enfermeras, las maestras y los que le prueban la comida a Putin. Hoy hablaré de los segundos.

En el colegio no leí nada. Recién cumplí los dieciocho años entré a la universidad. El profesor nos dijo: “un comunicador social que no lee, no llega lejos”. En mi terquedad le quería demostrar lo contrario. Por eso, el primer libro que puso, no lo leí. Con el tiempo empecé a trabajar los fines de semana. Ya no salía los sábados. Trabajar trasnochado y con guayabo es peor que escuchar una canción de Peso Pluma. Un sábado abrí el segundo libro que nos había puesto a leer. Vamos a ver de qué se trata, pensé. Comencé y sin darme cuenta llevaba cuarenta páginas. Ese libro se llama: Un hombre, de Oriana Fallaci. Es la historia de un libre pensador griego que iba en contra de todos y se llamaba Alekos.

Llegué emocionado a la universidad, presenté el trabajo, está vez sin leer ningún resumen. Entonces el profesor, me dijo con un brillo en los ojos: “léase Ensayo sobre la ceguera, de Saramago”. Eso fue como si le hubieran dado droga a un adicto. Me lo devoré. Desde eso, no he parado. He seguido por años con esa pasión que no termina, con ese amor a los libros gracias a ese profesor que supo decirme qué leer y hablaba tan conmovido por la literatura que me contagio. Ese profe se llama Carlos Vásquez. Gracias.

Frisaba los 12 años. Había entrado al bachillerato. La profesora me llevó a la sala de profesores, no para regañarme, sino para que les hiciera un pequeño show con mis imitaciones. En aquel tiempo había un programa muy famoso llamado El show de Cristina. Entonces me inventé un show de Cristina con artistas que yo imitaba: Maradona, Asprilla, Cesar Turbay, Ernesto Samper y Celia Cruz. Los profesores quedaron tan fascinados con mi actuación que a partir de ahí participé en cuanto acto cívico, concurso de talento o fiesta de la familia que se les ocurriera. Esos profesores me apoyaron y creyeron en mi talento, muchas veces, por encima de los estándares curriculares del momento. Sus nombres son: Fanny, Joaquín, Irene, Gilberto, Faber, Rubén, Mariluz, María Helena, Onel, Adíela, Luz Marina, Luz Mila, Herazo, El cope, El feo, y El chamo, entre otros. Gracias.

Con el tiempo decidí estudiar licenciatura para ser profesor y poder contagiar con la pasión de los libros a otros alumnos, además, quiero identificar los talentos en los estudiantes para que despierten su imaginario.

Ser profesor no es fácil y nunca lo será. Eso lo saben los maestros y maestras de Colombia, y aún así, deciden dar la pelea. Eso, amigos míos, es vocación. Levantarse en medio de la desesperanza sabiendo que el triunfo será esquivo, con la única garantía de darlo todo para que al menos, muchos años después, un estudiante se lo encuentre por ahí, o escriba una columna para decir: profe, ¡gracias!

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