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Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
“Fraude” grita el presidente, el mismo que prometió paz, democracia y transparencia, pero que no muestra resultados en esos frentes. “Fraude” gritan los miembros del gobierno, el mismo que corrompió congresistas para facilitar la aprobación de sus reformas. “Fraude” gritan los parlamentarios cercanos al gobierno, los mismos que callaron cuando la oposición fue silenciada con jugaditas y tiranías en el trámite de las leyes en la Cámara de Representantes. “Fraude” gritan las bodegas en redes, manejadas por supuestos líderes sociales que esconden el hecho de que su activismo está pagado con dinero público. “Fraude” gritan los fanáticos, aquellos que en otro tiempo querían incendiar el país por situaciones, indicadores y revelaciones de mucha menor gravedad que las ofrecidas por el gobierno actual; los acróbatas morales que hoy defienden a Benedetti, Quintero y Saade.
Hablo de fanáticos para referirme a aquellos que renunciaron a pensar con criterio propio, los que solo obedecen y repiten a gritos las consignas y falacias de su líder. Los distingo porque no representan a todos los simpatizantes del presidente o de la izquierda. Muchos de estos últimos se quejan y se preocupan en privado, en ocasiones lo hacen públicamente, pero no son escandalosos ni violentos como los primeros. Podríamos hablar de “fraude” al observar las declaraciones de exministros decepcionados. Los ejemplos son numerosos: Gaviria, Ocampo y Cecilia López, aquellos moderados que, supuestamente, engañaron al presidente en defensa de la Constitución. A ellos se suman Leyva, Rojas, Reyes, la recién renunciada Ángela Buitrago y la misma Francia Márquez, quienes han expresado su desazón e incomodidad ante las formas de proceder del presidente y sus “manos derechas”, sus derivas autoritarias y su ineficiencia administrativa.
“Fraude”, en mi opinión, es que el presidente transgrediera normas electorales para hacerse elegir. El “fraude” está en la larga lista de promesas incumplidas; en el desmantelamiento de programas como los subsidios de vivienda o los de educación superior del Icetex; en la reducción de la inversión en deportes y ciencia, así como en la peligrosa pauperización del sistema de salud que hoy tiene a los colombianos con incertidumbre, con un peor servicio y gastando más dinero de su bolsillo.
El “fraude” está en los insultos, desvaríos y mentiras de un gobernante que, incapaz de cumplir sus promesas, recurre al atajo de la corrupción. Temerario, desenvaina una espada ajena y amenaza al país con una gigantesca movilización social que solo existe en sus fantasías revolucionarias; una movilización que depende, casi exclusivamente, del pago de activistas con el presupuesto de la nación y de promover la indignación a partir de calumnias.
Queda un poco más de un año y la situación no mejorará. El presidente no cambiará. Seguirá poniendo a prueba la solidez de las instituciones, la moral de los políticos que se dejan poner precio y la paciencia de un pueblo decepcionado por un cambio que no fue, un pueblo que llora una oportunidad perdida.
Entre tanto ¿será mucho pedir un futuro presidente sensato, decente y respetuoso? Uno valiente, cuyas líneas éticas no sean movedizas. Uno que no se alíe con bandidos, que sepa dialogar y que no tergiverse la democracia. Uno que se concentre en el bienestar de los colombianos y no en su megalomanía. Uno que hable menos y haga más. Hace mucho que lo necesitamos; basta ya de los caudillos y sus fanáticos, es hora de elegir estadistas.