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Medellín después del amor

hace 1 hora
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Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

No es nostalgia ni rabia: es la pregunta de una generación que creció queriendo a Medellín y hoy busca una nueva forma de hacerlo.

Crecí con una canción que se repetía en la televisión todos los días a las seis de la tarde y que decía: “quiero a Medellín, dale amor a Medellín.”

Durante mi infancia pensé que a la ciudad donde uno vivía había que quererla como se quiere a una persona. Tal vez con un amor parecido: protector, fiel, esperanzado.

Y crecí con ese amor.

La canción dejó de sonar y permaneció ese sentimiento.

Pero con el tiempo, cambió.

No es nostalgia, ni una rabieta contra la modernidad. Es más bien una pregunta que me ronda desde hace un tiempo:

¿cómo es la ciudad que quiero?

La que me están presentando no se parece a aquella en la que crecí.

Y no hablo de edificios ni de autopistas, sino de la manera de relacionarnos, de confiar, de mirarnos. Hay una violencia que ya no siempre es visible, pero que sigue latiendo en la forma en que nos tratamos, en la indiferencia con la que pasamos junto al otro.

Esta semana, Medellín cumplió 350 años.

Y pensé en eso que decía Italo Calvino en Las ciudades invisibles: “Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos.”

De deseos y de miedos...

Medellín sí que ha tenido ambos.

Un amigo que nació y vive en una ciudad pequeña de Colombia me dijo algo hace poco:

“Ojalá mi ciudad no se gane tantos premios, para que permanezca como está y no se dañe tanto como Medellín.”

Me dolió escucharlo, pero entendí lo que quería decir. A veces los reconocimientos hacen que las ciudades se disfracen, que se olviden de su gente, que empiecen a quererse más por lo que muestran que por lo que son.

Quizás, después de todo, amar una ciudad no sea defenderla de las críticas, sino mirarla con la misma honestidad con que se mira a alguien querido cuando cambia.

La ciudad que quiero —la que todavía busco entre tanto ruido— es una que vuelva a parecerse a su gente, una que no me parezca tan ajena y tan distante.

Una que, tal vez, tengo que volver a conocer.

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