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¡Colombia no es solo café! Descubre el paraíso escondido de los deportes extremos

Más de 20 deportes extremos son practicados en el país, tanto recreativo como profesionalmente.

  • ¡Colombia no es solo café! Descubre el paraíso escondido de los deportes extremos
  • Alejandro Muñoz, ciclimontañista antioqueño. FOTO Alejandro Muñoz
    Alejandro Muñoz, ciclimontañista antioqueño. FOTO Alejandro Muñoz
  • Nelson Suárez practicando torrentismo en la cascada de los caballeros en Santander. FOTOcortesía
    Nelson Suárez practicando torrentismo en la cascada de los caballeros en Santander. FOTO cortesía
  • ¡Colombia no es solo café! Descubre el paraíso escondido de los deportes extremos
hace 24 minutos
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Colombia no solo es un país de café, montañas verdes y playas infinitas. Es, sobre todo, un gigantesco parque de diversiones naturales para quienes viven buscando la adrenalina. Desde ríos que rugen con fuerza en la Orinoquía hasta cañones que se abren como heridas de piedra en Santander, pasando por mares que se levantan en olas perfectas en el Pacífico, el territorio nacional parece haber sido diseñado a la medida de los deportes extremos. Aquí, cada río, montaña o acantilado se convierte en un escenario para desafiar los límites del cuerpo y la mente.

Nelson Suárez lo confirma con experiencia de sobra. Administrador de empresas de la Universidad de Antioquia y hoy agente integral de viajes, suma más de 20 mil seguidores en Instagram (@turismonelsonsuarez1) y lleva desde 2011 recorriendo el país como asesor, entrenador comercial y ahora freelance. Su lema, “turismo con experiencia”, resume su manera de trabajar: recomienda lo que ha vivido, y ha practicado cerca del 80 % de los deportes extremos que sugiere. En esta ocasión, Nelson es el experto que nos guía por las zonas donde se puede entrenar, disfrutar y competir con criterio.

Desde su mirada, el río Güejar (Mesetas, Meta) no es solo rafting: es una travesía por un cañón todavía conservado, con rápidos que suben el pulso y paisajes que obligan a bajar la voz. Lo mismo ocurre cuando señala a Santander como el punto neurálgico de la aventura en Colombia, o cuando recomienda planes que combinan adrenalina y seguridad: guías formados, equipos certificados y seguro de vida incluido como regla, no como excepción.

Si hay un epicentro, es San Gil y su entorno. Allí conviven el rafting turístico del río Fonce con el reto para especialistas en el río Suárez (categorías 4–5), además del bungee en el Peñón Guane (140 m) y el torrentismo en las cascadas de Juan Curí, con descensos entre 50 y 70 metros —y combinaciones que superan los 200 m— hasta un pozo natural de unos 20 m. En el cañón del Chicamocha, el parapente, el columpio extremo y los cablevuelos cierran el abanico.

Nelson subraya que en esta zona hay niveles para todas las edades y perfiles: desde primera vez hasta pilotos y deportistas avanzados.

En el Caribe, el viento y la sal marcan la ruta: kitesurf en San Andrés, Coveñas y Riohacha; buceo y snorkel en el Tayrona y la barrera coralina sanandresana, y pruebas de aguas abiertas que atraen a nadadores de todo el país. Deyron Moreno, velocista retirado de piscina, se lanzó a aguas abiertas en 2022: debutó en Oceanman San Andrés (5 km), clasificó al mundial y, desde entonces, entrena sobre todo en Guatapé, con sesiones en Santa Marta y Cartagena, y participaciones internacionales (incluidas Argentina y, próximamente, Cuba, en pruebas de 2 km y 5 km). Para él, el Pacífico es el gran reto por su oleaje y corrientes. La meta es llegar preparado.

Colombia también es territorio de trail y MTB. Mauro Echeverri (Copacabana, Antioquia), deportista desde los cuatro años, dio el salto a la montaña hace una década. Corrió su primera prueba de 12 km en el cerro Quitasol y en 2022 hizo su primera ultramaratón (55 km). Después vinieron el Chicamocha de 80 km, los retos entre pueblos, saliendo de Copacabana a San Pedro, San Jerónimo (50 km), Sopetrán (70 km), Marinilla (50 km), Abejorral (100 km), Sonsón (125 km); y el golpe mayor: el Chicamocha Canyon Race de 170 km (100 millas), con cerca de 7.000 m de desnivel positivo y 43 horas de carrera continua.

Su campo base es el Valle de Aburrá: entrena en el Morrón de la Sierra y en ascensos como el Alto de la Virgen, Marquitos o La Popa, hacia San Pedro; incluso enlaza rutas como Parque de Envigado–El Retiro (30 km). Además, lidera el proyecto “Yo corro, tú donas”, en el que corre más de 24 horas mientras recauda juguetes o útiles escolares. Sus trayectos ya han unido Copacabana–Sonsón y Abejorral–Copacabana, y planea Manizales–Copacabana (≈200 km). En MTB, Alejandro Muñoz suma 15 años entre las montañas del cross country. Señala a Caldas (Antioquia) como un epicentro: rutas como La Valeria —capaz de reunir más de mil ciclomontañistas un fin de semana—, La Soledad, La Paja, Nicanor (hacia Angelópolis), La Ecológica (nacimiento del río Medellín), La Miel, La Catedral–La Romera, Las Chuchas (Alto de Minas) o La Honda (rumbo a Montebello). Antioquia es potente, pero Quindío, Santander y Boyacá son pistas permanentes.

En la Orinoquía, el río Güejar es carta de presentación: rafting en un río con caudales variables y rápidos que exigen técnica, siempre con guías profesionales de aguas abiertas. Los planes por los Llanos Orientales suelen incluir el cañón del Güejar como actividad central.

En la Amazonía, la aventura baja el volumen para escuchar la selva: kayak en afluentes, senderismo por bosque húmedo, y, en algunos sectores, espeleología en cuevas naturales.

El Pacífico es bravura pura: Nuquí, Termales y El Valle son referencia para surf, con marejadas que emocionan a surfistas experimentados. Los ríos chocoanos permiten kayak en tramos selectivos.

En la Región Insular, San Andrés concentra kitesurf, flyboard y calendarios de aguas abiertas. Es también el lugar donde Deyron dio su salto al fondo del mar abierto.

Para públicos familiares, el wakeboard y el kayak en embalses como Guatapé abren puertas de iniciación. Para avanzados, el viento de Calima es escuela.

Lo que distingue a Colombia no es solo la variedad, sino la proximidad entre escenarios. En pocas horas se pasa de rápidos a páramo, de cañón a selva, de playa a cordillera. Nelson —nuestra brújula en esta travesía— pone el acento en algo que a veces se olvida: la planificación y la seguridad. Operadores serios, seguro de vida incluido, equipos certificados y guías formados marcan la diferencia entre una buena historia y una mala noticia.

Al final, este país vibra en el salto de bungee en Santander, en la respiración de Alejandro subiendo a Caldas, en las 43 horas de Mauro sobre el Chicamocha, en la brazada de Deyron en San Andrés, y en cada viajero que descubre que aquí la geografía es más que paisaje: es un llamado a atreverse.

En Santander, el parapente convierte el aire en pista de juego. En Nariño, el volcán Galeras vigila a quienes se atreven al downhill en sus faldas. En San Gil, la meca de la aventura, el rafting en el río Suárez late con la fuerza de las corrientes que parecen rugir. Y en el mar, Colombia vibra con el buceo en San Andrés y Providencia, donde los arrecifes son un escenario submarino de otro mundo.

Nelson Suárez, con la experiencia de haber guiado durante años a grupos de aventureros, insiste en que Colombia no se disfruta de manera pasiva. “Aquí uno no viene solo a mirar paisajes —dice con tono sereno pero firme—. Aquí el paisaje se vive: se corre, se escala, se pedalea, se navega”. Sus palabras son brújula: más que un guía turístico, es un intérprete de la geografía.

Los testimonios de los protagonistas hablan del deporte, sí, pero también de un estilo de vida. Mauro Echeverri, ultramaratonista de Copacabana, recuerda las 43 horas caminando sobre el cañón del Chicamocha como una prueba de resistencia física, pero también espiritual.

Alejandro Muñoz ve en cada montaña un desafío cultural, no solo atlético. Y Deyron Moreno, con sus zambullidas en las aguas transparentes del Caribe, recuerda que el riesgo del mar es tan noble como desafiante.

Ese mosaico de voces coincide en algo: la adrenalina se convierte en motor. Una chispa que despierta y obliga al cuerpo a descubrir hasta dónde puede llegar.

No es casualidad que las regiones que hoy atraen deportistas de todo el mundo sean también territorios con tradición. En Santander, la escalada en roca lleva décadas siendo practicada en el cañón del Chicamocha y en Curití. En Antioquia, las laderas de San Félix han visto despegar parapentes desde mucho antes de que se hablara de turismo masivo. Y en el Eje Cafetero, los senderos usados por arrieros hace siglos hoy se recorren en bicicleta de montaña.

Ese vínculo entre cultura y deporte lo resume Nelson: “El deporte extremo no llegó como una moda reciente. Aquí siempre hemos tenido montañas, ríos, abismos. Lo que cambió fue la forma de mirarlos y de disfrutarlos”. Esto incluye también la práctica de los deportes extremos desde la rigurosidad deportiva y no solamente desde la recreación y el viaje.

Todos y cada uno de dichos deportes acogen a sus deportistas en competencias regionales, récords nacionales o incluso contiendas internacionales.

Colombia no solo crece como destino de práctica. Cada año aumentan los eventos internacionales, campeonatos y festivales que ponen al país en el mapa.

El Chicamocha se consolida como sede de encuentros de vuelo libre; San Gil se proyecta como capital latinoamericana de deportes de río; y en las playas de La Guajira y San Andrés, el kitesurf ya es parte de la identidad local.

Los deportistas colombianos también empiezan a figurar en el exterior, llevando en sus relatos no solo marcas y récords, sino la certeza de que entrenaron en un territorio que desafía más que ningún otro. Atletas colombianos en ultramaratón, por ejemplo, como William Gil y Sebastián Galvis, han demostrado que los deportes extremos también deben estar en la agenda de la competencia deportiva.

En ese sentido, la conclusión es inevitable: Colombia es un país que invita al límite. Desde los 3.600 metros del Alto de Letras hasta las corrientes que sacuden el Suárez, pasando por los vientos de La Guajira y los arrecifes del Caribe, aquí el mapa es una suma de retos.

El vértigo no se busca por capricho: es la manera en que los colombianos entienden la relación con la tierra y el agua. Como dice Alejandro, en cada montaña hay cultura; como insiste Nelson, en cada deporte hay una manera de vivir el paisaje. Y como recuerda Mauro, la verdadera cima está dentro de cada uno. Al final, lo extremo en Colombia no es solo deporte: es identidad.

La geografía del país ofrece un escenario de práctica natural para todos los deportes extremos. El cañón del Chicamocha se convierte en pista aérea, el río Suárez en una autopista de aguas bravas, las montañas del Eje Cafetero en un laberinto de senderos para bicicletas, y La Guajira en un estadio abierto para el kitesurf. Aquí el territorio no necesita ser condicionado para hacer deporte.

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