Gustavo Petro pasó años buscando ser presidente de Colombia y, ahora que lo es, no ha dejado de quejarse. Durante años, construyó un proyecto político centrado en la denuncia del poder tradicional, en la promesa de cambio social y en una narrativa de confrontación con las élites. Finalmente, en 2022 logró su objetivo y asumió la jefatura del Estado. Sin embargo, a casi tres años de gobierno, el tono de sus discursos evidencia una desconexión con el rol presidencial que tanto anheló.
A juzgar por sus declaraciones, la presidencia no era lo que esperaba y lejos de consolidar su figura como jefe de Estado, Petro ha insistido en presentarse como una víctima del sistema. Reitera que no se le permite gobernar con libertad, que enfrenta una persecución constante por parte de las élites, y que sus decisiones son objeto de vigilancia permanente. La Casa de Nariño, la que describió como una tortura, ha sido su cárcel simbólica, como todo lo de su Gobierno, rodeado de simbolismos.
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En su más reciente intervención pública, durante el acto de reconocimiento de responsabilidad internacional y disculpas públicas a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, el presidente afirmó: “No soy el presidente de Colombia, soy el preso de Colombia, pero no de su pueblo sino de su oligarquía”.
Petro se refirió así a lo que considera una constante presión de los sectores tradicionales del poder, que según él lo vigilan “segundo a segundo” y le impiden ejercer libremente su mandato. Apuntó directamente a la oposición y a los medios de comunicación, a quienes acusó de odiarlo por lo que representa.“Yo lo que represento no es más que hacer realidad la Constitución del 91, que haya un Estado social de derecho, que un colombiano no se mate con otro colombiano”, sostuvo.
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En su discurso, también planteó una visión particular sobre la democracia y el equilibrio de poderes: “Hay que construir un Estado social de derecho que implica independencia de poderes, sí, pero los tres poderes se subordinan al poder legítimo, único y exclusivo que es del pueblo. Lo demás es aristocracia falsa de sanguinarios”, dijo el mandatario.
Sus palabras, aunque dirigidas a destacar su compromiso con el pueblo, reafirman su tendencia a enfrentarse con el resto de las instituciones del Estado. La crítica al sistema político no es nueva en su repertorio, pero contrasta con su rol actual como jefe de Gobierno y representante del Estado que dice querer transformar.
El presidente ha reiterado en distintos escenarios que enfrenta obstáculos internos que limitan su capacidad de acción. Sin embargo, el tono reiterativo de sus quejas, sumado al uso frecuente de discursos victimistas, ha generado cuestionamientos desde distintos sectores, incluso entre algunos de sus antiguos aliados.