Su trabajo ha sido reconocido por organismos como Unicef, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), con quienes ha asesorado políticas públicas y programas educativos que integran la salud mental en los currículos escolares.
También ha formado a profesionales de la salud en Panamá y Colombia, colaborado con los gobiernos de Uruguay y Costa Rica, y compartido escenarios con referentes como la psiquiatra española Marian Rojas-Estapé.
En 2024 participó en el documental Parenting Sin Pantallas, producción galardonada con dos Premios Emmy Suncoast, que aborda el impacto del uso tecnológico en la infancia. Desde su enfoque, el cuerpo, la alimentación y la mente son un solo sistema: una red que se moldea desde la infancia y define la manera en que sentimos, pensamos y reaccionamos.
En EL COLOMBIANO, habló sobre el mensaje que promueve y que invita a entender la crianza como un acto de conciencia y reparación: un proceso imperfecto, pero profundamente humano, que empieza cuando los adultos aprenden a cuidar también de sí mismos.
Muchos padres sienten culpa constante al criar. Desde la neuropsicología, ¿qué se les podría decir sobre el error y la imperfección en la crianza?
“La culpa es humana y necesaria. Funciona como un calibrador interno que nos avisa cuando hacemos algo que va en contra de nuestros valores o principios. Lo primero es entender que la culpa está bien, que es normal y que muchas veces nos lleva a cambiar una acción para alinearla con lo que sentimos correcto. Pero también hay que recordar que somos humanos, que cometemos errores y que nadie nos enseñó a educar.
Además, en la crianza vamos aprendiendo mientras sanamos heridas de la infancia y por eso despierta cosas en nosotros: sentimos culpa, fallamos, corregimos. Lo más importante es saber que nunca es tarde para generar cambios y criar de otra manera... es decir, si comprendemos cómo funciona la culpa y la canalizamos positivamente, podemos sanar lo propio y, al mismo tiempo, criar mejor a nuestros hijos”.
Hoy existe un exceso de información sobre crianza, muchas veces contradictoria. ¿Cómo saber qué consejos seguir y cómo filtrar los mitos que siguen circulando en redes sociales, por ejemplo?
“El primer filtro es el sentido común. Conviene mirar de dónde venimos: generaciones que dormían cuando oscurecía, comían alimentos reales y no estaban expuestas a pantallas. El cuerpo y el cerebro no se han adaptado a tanta luz azul, tanta inmediatez y tanto ultraprocesado, y eso está aumentando los trastornos del neurodesarrollo. Así que vale retomar hábitos básicos como sueño, límites y alimentación real.
Ahora, hay mitos que siguen vivos, como el de que ‘una nalgada a tiempo’ corrige, o que el niño ‘tiene que sufrir para aprender’. Pasamos de una crianza violenta a confundir una crianza respetuosa con ausencia total de límites. En el punto medio, con la información que da la neurociencia sobre el desarrollo del cerebro, está la clave para desmontar esos mitos y encontrar una forma de educar sana y coherente”.
Las pantallas se han vuelto parte de la vida cotidiana, incluso como apoyo para padres y cuidadores. ¿Cómo recomienda manejarlas sin conflicto?
“Las pantallas facilitan la crianza, eso es innegable. Pero no es lo mismo hablarle a una madre monoparental que trabaja todo el día y resuelve sola, que a una familia con varios adultos. Cada hogar tiene recursos distintos. Lo que sí sirve para todos es estar informados sobre cómo incorporar las pantallas de manera gradual y sana: edad, contenido y tiempo. Si entiendo eso, es más fácil poner límites sin sentir culpa. Si no tengo información y solo entrego el dispositivo, puedo exponer al niño a pornografía, contenido violento o sobreestimulación que altera su química cerebral.
Por eso siempre hablo de los “cinco nuncas” para toda la familia: nunca pantallas dos horas antes de dormir, durante las comidas, en eventos sociales, mientras se realiza otra actividad (como estudiar o leer) y nunca para calmar una emoción o un berrinche. Si tengo claro cuándo nunca usarlas, es más fácil saber cuándo sí y elegir contenido de calidad”.
En su experiencia como madre, ¿qué ha sido lo más difícil de aplicar de todo lo que enseña?
“Muchísimo. Los dos mayores desafíos para mí son las pantallas y la alimentación, porque la sociedad ha normalizado cosas que no son normales. Como muchas madres, me actualizo y trabajo mis propias heridas para construir vínculos más sanos con mis hijos, aunque los límites siguen siendo difíciles. Nos enseñaron que un límite sin una consecuencia fuerte no es límite, y eso no es cierto. Encontrar ese punto en el que marco respeto, mantengo el vínculo y no daño al otro es un reto constante. También sostener una alimentación real en eventos sociales y explicar mis decisiones a los demás. Y, claro, postergar el uso de pantallas el mayor tiempo posible. Son los mismos retos que enfrentan muchos padres que buscan una crianza más consciente”.
Lea también: Francia investigará a TikTok por videos que podrían incitar al suicidio en niños y adolescentes
Desde la neurociencia, ¿cómo influye la alimentación en el desarrollo emocional y cognitivo de los niños?
“El intestino está directamente conectado con el cerebro a través del nervio vago y otras vías. Tenemos millones de microorganismos vivos en el intestino que se alimentan de lo que comemos y cambian según nuestro nivel de estrés, sueño y actividad física. Hoy sabemos que el cómo me siento, cómo pienso y cómo actúo está relacionado con la dieta que tengo, y que puedo tener más o menos atención, memoria o control de impulsos dependiendo de los alimentos.
Así que al alimentar esos microorganismos y al tener ellos comunicación directa con el cerebro, van determinando cómo se desempeña nuestra mente”.
¿Qué señales tempranas deberían observar las familias para detectar posibles dificultades en el desarrollo infantil?
“Los trastornos del neurodesarrollo son muy diversos, pero hay signos generales que pueden alertar. Uno es el desinterés por actividades naturales en la infancia, como jugar o compartir con otros. Otro, los cambios en hábitos críticos: dormir mucho menos o mucho más, alteraciones en la alimentación o pasar todo el día frente a una pantalla. También los retrasos en el lenguaje durante los primeros años. Pero hay que recordar que cada niño tiene su propio ritmo, y que el espectro abarca desde dificultades de atención hasta trastornos del espectro autista. Por eso la observación continua y el acompañamiento profesional son clave”.