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Columnismo: de ayer a hoy

A muchos se les ha ido perdiendo la gracia, agotan sus enfoques, no incursionan en otros campos, son monotemáticos y no sueltan el mismo sonsonete.

hace 17 horas
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  • Columnismo: de ayer a hoy

Por Rubén Darío Barrientos - opinion@elcolombiano.com.co

Le preguntaron a un conferencista acerca de ¿cómo se escribe una columna de opinión? y respondió: “Se escribe opinando”. Esa obviedad —que tiene sentido— se traduce con simpleza en el equivalente a comentar cosas. Un articulista, en su comienzo, siente que vive con pasión un hobby, pero su quehacer se transforma rápidamente en una doble responsabilidad: frente al medio que le da la oportunidad y con respecto a los lectores que se mecen entre acatarlo o vituperarlo, porque no hay término medio. En realidad, se exponen las ideas personales del autor y se anhela influir de alguna forma en quienes osan leer el contenido. Es “hablarles” a los lectores, para establecer lazos cotidianos.

Las columnas de opinión, tienen su génesis en 1920 para balancear un tanto el editorial institucional. Pero la fuerza de los artículos se reflejó más adelante, cuando The New York Times, empezó a entregar los productos vertidos por especialistas en las temáticas. En suma, escribir una columna (además del conocimiento del asunto) requiere proyectar la personalidad del autor. Y todo columnista quiere darles el mejor manejo a las audiencias. Antes del inicio de los artículos, precisamente a finales del siglo XIX, en Estados Unidos se produjeron misceláneas humorísticas, que muchos motejan de ser el preámbulo al columnismo.

Previo al auge de la internet, las columnas se concebían de manera diferente: se apelaba a la memoria, a los archivos y a los recortes de prensa y revistas para sustentar las tesis. En ese trípode de nutrientes, se husmeaba la información y se apropiaban los datos para poder armar una columna decente. Ahora, es muy elemental encontrar fuentes de apoyo. Google y la IA, se erigen para hacer su tarea de sustentación. Antaño, solo podía escribirse de temas que se dominaban por los especialistas. Hogaño, se puede ejercitar la indagación y logra salir un buen producto argumentado.

Se plantea una pregunta: ¿cuánto se demoraban para hacer una columna antes y ahora cuánto tiempo se emplea? Es una respuesta difícil, porque todo depende del autor, de su versatilidad, de su experiencia y del discernimiento del tema. Por lo pronto, digamos que seguramente era unas tres veces el tiempo de hoy. También hay un cambio relevante cuando se establece la comparación: las columnas de antes, tenían más de prosa y había mucho cuidado con el lenguaje. Hoy, muchos articulistas se dan bastantes licencias para escribir y para interactuar con públicos menos canosos, a los que quieren atrapar.

Además, se notan muchas mujeres columnistas, más gente con edades cortas incursionando en la opinión, sin importar mucho cómo los va etiquetando la audiencia. Escribir es exponerse al escrutinio público. A muchos se les ha ido perdiendo la gracia, agotan sus enfoques, no incursionan en otros campos, son monotemáticos y no sueltan el mismo sonsonete. Cada uno tiene su estilo, que es lo que identifica a un columnista. Me encanta como trata ese articulista el tema, como lo desarrolla, como lo aborda, como se compromete, dicen de algunos venturosos. Pero también llueven conceptos contrarios para otros: no se reinventan y no han hecho una autocrítica de cómo los estarán evaluando.

Crecimos leyendo columnas y moriremos leyendo columnas. Muchos artículos se manufacturaron en máquina de escribir, hasta que llegó el computador que nos embistió al principio y hoy es imbatible. Así es la vida.

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