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Naufragar no es ahogarse

hace 1 hora
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  • Naufragar no es ahogarse

Por sergio molina - opinion@elcolombiano.com.co

La esperanza debe ser cotidiana. El año pasado culminé un estudio sobre la esperanza en la Universidad de Algarve en Portugal bajo la dirección de la PhD Carolina Sousa. Les comparto aspectos relevantes de la buena y recta espera, en estos días de reflexión: poco nos enseñaron a cultivarnos en la espera, esperamos porque nos toca, en un consultorio, un call center o que el cuerpo derrote un achaque. A lo sumo, sobre la esperanza, nos dijeron que, “el que espera desespera”, que, “es lo último que se pierde” y que el “verde es el color esperanza”. A propósito, bellamente dijo en Decadencia y esperanza Rafael Gómez Pérez: “El color de la esperanza es el verde, como la clorofila, porque es la esperanza lo que permite crecer mirando la luz”.

La esperanza requiere de consciencia, es capacidad humana. Para Aristóteles, “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. En tal sentido, el hombre camina hacia adelante apoyado en la esperanza como prótesis que lo acerca a un estado mejor. Esperanzarse, es aguardarse en un “algo por suceder” fundamentado en el acto exigente de disponerse. Esperanza y disposición coinciden porque ante la contravía, no hay que quedarse paralizados. Al contrario, ejercer la esperanza y disponerse al precepto divino, incluye salir, moverse y proponer, como advierte Byung-Chul Han en El espíritu de la esperanza: “la esperanza supone un movimiento de búsqueda”.

En los momentos de desesperanza, pueden aparecer preguntas afanadas como ¿ahora qué sigue?, ¿quién vendrá en mi auxilio?, y el hombre se apega al consejo de quien primero le sugiere que “el tiempo se encargará”. Esperanza, confianza y fe, antes que palabras, son estados sagrados y esenciales del hombre. Esperar implica aguardarse en algo y en alguien que asiste la coyuntura. La esperanza involucra en sí varias preguntas: ¿Qué espero?, y fundamentalmente, ¿de quién espero y ha de venir, lo que espero? (creador). Destaquemos algo fundamental que frecuentemente perdemos de vista: la esperanza invita al verbo infinitivo y reflexivo, es decir, puedo esperanzar a otros y esperanzar -me.

Algunas consideraciones finales: El ser humano no se puede bastar ni aguardar únicamente en la ciencia como garantía de superación, la esperanza se puede y debe testimoniar como algo esencial y no confundible con el optimismo, saber esperar no es llenarse de paciencia hasta reventar, no es aguantar en silencio. La esperanza se puede enseñar y ejercitar a lo largo de la vida, no debe ser simplemente el estado que surge en el momento de adversidad de modo contingente, debe estar en todo momento.

No hay duda, “contra el miedo, la esperanza”. Quien se aguarda en la promesa de lo bueno, entiende que una tragedia, no es un punto final, esta es parte de una historia que ha de continuar y se llama vida. Promesa y esperanza también se hacen similares. Recordemos a Ortega y Gasset en Pidiendo un Goethe desde dentro: “La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es ahogarse”.

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