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Mis deseos para el 2026

El país está cansado de la improvisación, de la confrontación permanente y de los experimentos ideológicos.

hace 1 hora
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  • Mis deseos para el 2026
  • Mis deseos para el 2026

Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve

Escribo esta última columna del año con la prudencia que imponen los tiempos que vivimos. El mundo no atraviesa su mejor momento y sería irresponsable fingir lo contrario. Sin embargo, cerrar el calendario también invita a hacer algo más que balances: permite formular deseos razonables, anclados en la realidad, pero abiertos a la posibilidad de que el próximo año marque un punto de inflexión.

El primer gran reto global sigue siendo la geopolítica. El 2025 nos deja guerras abiertas, tensiones entre potencias y un orden internacional cada vez más fragmentado. Mi deseo para el 2026 es que, sin caer en ilusiones, se consoliden algunos mecanismos de contención: que los conflictos no escalen, que se privilegie la diplomacia pragmática sobre la confrontación ideológica y que el mundo entienda que ninguna potencia —por grande que sea— puede imponer estabilidad por la fuerza.

El segundo reto es la economía global. Venimos de años de inflación, tasas altas y desaceleración. Ojalá el 2026 sea el año en que se normalicen las condiciones financieras, se reactive la inversión y se recupere la confianza. No un crecimiento exuberante, sino uno sostenido y más equilibrado. El mundo necesita menos sobresaltos y más previsibilidad para volver a crear empleo, reducir pobreza y fortalecer a unas clases medias que han sido grandes perdedoras de esta década.

El tercer desafío es la transición energética y tecnológica. El debate ha estado plagado de dogmas, tanto de quienes niegan el cambio climático como de quienes proponen soluciones inviables en el corto plazo. Mi deseo es que el 2026 traiga más sensatez: menos consignas y más ingeniería; menos prohibiciones y más innovación. La transición no puede ser un salto al vacío, sino un proceso ordenado que combine sostenibilidad, crecimiento y seguridad energética.

Un cuarto reto, no menor, es la calidad de la democracia. En muchas partes del mundo hemos visto cómo la polarización erosiona instituciones, degrada el debate público y convierte al adversario en enemigo. Ojalá el próximo año marque un regreso a la política responsable, donde gobernar no sea incendiar sino construir, y donde la crítica no se confunda con la deslegitimación sistemática del otro.

Y llego, inevitablemente, a Colombia.

Mi mayor deseo para el 2026 es que, luego de una campaña intensa y difícil, el país elija un gobierno comprometido con recuperar el crecimiento económico, mejorar el clima de inversión y enfrentar con seriedad los graves retos que tenemos en seguridad, salud, energía y cohesión social. No necesitamos milagros, pero sí orden, profesionalismo y una visión clara de país.

Ojalá que la tentación del sinsentido —como la propuesta de una asamblea constituyente impulsada desde el ocaso del actual gobierno— reciba cristiana sepultura. Colombia no necesita desmontar su institucionalidad, sino defender y desarrollar la Constitución de 1991, que sigue siendo un marco válido para corregir errores, hacer reformas y avanzar sin saltos al vacío.

El país está cansado de la improvisación, de la confrontación permanente y de los experimentos ideológicos. 2026 debería ser el año del reencuentro con la sensatez, la técnica y la responsabilidad. No será fácil, pero es posible.

Cierro este año con un deseo simple, pero profundo: que Colombia vuelva a creer en sí misma, no desde el ruido, sino desde el trabajo serio y la construcción paciente. Que entendamos que los cambios duraderos no se imponen, se construyen.

Posdata: Hace un par de meses publiqué El Dragón Amurallado, un libro nacido de mi experiencia como embajador de Colombia en China en tiempos particularmente complejos. Más que un recuento personal, es una invitación a entender mejor el mundo que habitamos, con menos prejuicios y más contexto.

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