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Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve
Confieso que tuve la tentación de escribir sobre los múltiples escándalos políticos que sacuden a Colombia. Pero de eso ya hay abundancia. Mientras tanto, el mundo sigue su curso: la tensión entre Estados Unidos y China vuelve a intensificarse, y la próxima reunión en Corea del Sur entre Trump y Xi será otro capítulo de esta rivalidad que define el rumbo global.
Mientras Washington intenta reindustrializar su economía y proteger sus cadenas de suministro, Pekín ha aprendido a usar las mismas armas de su rival: subsidios, controles de exportación y barreras tecnológicas. Herramientas nacidas del modelo estadounidense que hoy el gigante asiático domina con precisión quirúrgica.
Durante años, EE. UU. acusó a China de competencia desleal. Impuso aranceles, bloqueó semiconductores y promovió el “desacople” para reducir su dependencia. Pero la producción china se adaptó, los flujos comerciales se desviaron hacia terceros países y China consolidó su papel en las cadenas industriales más sofisticadas. En resumen, aprendió a jugar con las reglas de Estados Unidos... y a hacerlo mejor.
Pekín impulsa una política industrial propia, basada en inversión estatal, innovación y planificación. Con su estrategia “Hecho en China 2025” y la “circulación dual”, produce internamente lo esencial y exporta lo que el mundo ya no fabrica. Frente a eso, el proteccionismo norteamericano parece más una reacción que una estrategia.
Una ventaja clara de China está en su control de las tierras raras, minerales cruciales para baterías, turbinas, autos eléctricos y sistemas de defensa. Controla cerca del 70 % de la producción global y más del 90 % de su refinación. “Quien controla los imanes, controla el futuro”, decía un medio oficial chino. No parece exageración.
Sin embargo, Estados Unidos conserva una carta fuerte: su mercado. China depende enormemente del consumidor norteamericano, sobre todo en sectores donde su propia demanda sigue débil por la desaceleración económica, el desempleo juvenil y la crisis inmobiliaria. Pekín busca autosuficiencia, pero su prosperidad aún pasa por las compras de EE. UU.
El fin de semana pasado, en Kuala Lumpur, delegaciones de ambos países lograron un preacuerdo comercial que incluye: la suspensión de aranceles del 100 % anunciados por Washington, el aplazamiento por un año de las restricciones chinas a la exportación de tierras raras y el compromiso de Pekín de reanudar la compra masiva de soja estadounidense. A cambio, EE. UU. flexibilizará licencias para maquinaria agrícola y semiconductores de baja gama. Son pasos limitados, pero revelan que ambos se necesitan más de lo que admiten.
La paradoja es que Washington usa, para contener a China, las mismas herramientas que China perfeccionó: aranceles, subsidios verdes y restricciones a la exportación. Es una batalla espejo en la que el modelo estadounidense enfrenta a su versión más disciplinada. Y en ese tablero, el Sur Global —incluida América Latina— observa sin estrategia propia.
Para Colombia, la lección es clara. Se requiere una política industrial moderna que fomente innovación, infraestructura y valor agregado. Estos son los temas sobre los cuales los candidatos a la presidencia del próximo año deben presentar propuestas concretas, con un enfoque pragmático y no con el discurso ideologizado e ineficaz del actual gobierno.
En tiempos en que las potencias se enfrentan no con misiles sino con microchips, el desafío para países como el nuestro es dejar de ser espectadores. La verdadera independencia no se mide por tratados firmados, sino por la capacidad de innovar, producir y decidir nuestro propio destino. En el nuevo tablero global, las fichas no se mueven con discursos, sino con estrategia.