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Desarrollo con propósito

El país que soñamos es aquel donde el progreso no sea un privilegio.

hace 1 hora
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  • Desarrollo con propósito

Por Juan Manuel del Corral - opinion@elcolombiano.com.co

¿Cómo lograr que los recursos públicos se inviertan con pulcritud y prioridad? ¿Cómo promover la integridad como un valor social? ¿Cómo alcanzar seguridad y vivir en paz en todo el territorio? ¿Cómo respetarnos y dialogar? ¿Cómo unirnos en causas esenciales? Estas preguntas solo podrán responderse si fomentamos un liderazgo colectivo, coherente y esperanzador, que nos devuelva la fe y la confianza en el futuro de Colombia y, lo más importante, que busque el bien común.

Lo primero, sin duda, es formar nuevos líderes: auténticos, capaces, generosos, con visión de largo plazo. Ellos deben inspirar a nuestra sociedad a exigir una educación de calidad para todos los niños y jóvenes del país, sin importar su región ni su origen.

El país que soñamos es aquel donde el progreso no sea un privilegio, sino una posibilidad compartida. Donde la iniciativa privada se fortalezca para el beneficio común, y donde cada empresa o emprendimiento contribuya a mejorar la vida de las personas. Un país en el que la economía no sea un fin en sí mismo, sino un camino para cerrar brechas, generar oportunidades y construir futuro.

Colombia es capaz de lograrlo. Tenemos talento, creatividad y una fuerza productiva que ha sabido resistir las crisis con trabajo, esfuerzo y dignidad. Lo que necesitamos es un desarrollo que nos una y que este sea incluyente, que llegue a los territorios olvidados y que convierta la productividad en bienestar.

El sector privado y el Estado no son adversarios, son aliados naturales en la construcción del bien común. Uno aporta innovación, visión y empleo; el otro, confianza, estabilidad y reglas claras. Cuando ambos cooperan con propósito, la sociedad avanza. La cooperación, no la confrontación, es la llave del verdadero progreso.

Pero el desarrollo con propósito no se limita a la economía, también se refleja en la infraestructura que conecta, en la energía que impulsa y en la conectividad que iguala las oportunidades. Estas no son solo obras: son puentes de dignidad y motores de igualdad. Cada kilómetro de vía, cada hogar con energía confiable, cada joven con acceso digital representa un paso hacia un país más justo, equilibrado y sostenible.

El verdadero progreso no se mide en cifras macroeconómicas, sino en vidas transformadas, en territorios integrados y en ciudadanos que se sienten parte del mismo destino. El desarrollo con propósito exige decisiones valientes y respeto por el trabajo bien hecho. No basta con crecer, hay que hacerlo con sentido. Un país que construye autopistas, pero pierde la confianza, va mal encaminado. Uno que amplía su infraestructura, pero descuida la educación, la ética o la justicia, se queda sin rumbo. El progreso solo es real cuando avanza con integridad y transparencia.

El país que soñamos será posible cuando entendamos que el bienestar no se reparte, se construye juntos. Cuando la competitividad deje de medirse solo por productividad y empiece a medirse por el impacto en las comunidades. Y cuando el progreso deje de ser un privilegio de pocos, para convertirse en un derecho de todos.

El verdadero desarrollo, como el verdadero liderazgo colectivo, no busca poder, busca sentido y cuando un país encuentra sentido en lo que produce, en lo que construye y en lo que comparte, nada puede detener su camino hacia el futuro. Eso se llama, propósito de país.

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