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Volver a escuchar el país que no grita

El liderazgo más urgente en este momento no es el que más habla, sino el que mejor escucha.

hace 3 horas
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  • Volver a escuchar el país que no grita

Por Isabel Gutiérrez R. - JuntasSomosMasMed@gmail.com

Vivimos en un país que ha confundido la voz con el ruido. En medio del caos, la polarización y el cansancio colectivo, escuchar se ha vuelto un acto político. Cada mañana despertamos con titulares de confrontación, discursos cargados de tensión y una nueva dosis de indignación pública. El debate político y social se ha transformado en una competencia por quién grita más fuerte, no por quién argumenta mejor. En una sociedad que reacciona antes de comprender, la capacidad de escuchar —de detenerse, procesar y entender— se ha convertido casi en un gesto subversivo. Tal vez el liderazgo verdadero consista hoy en eso: en recuperar la serenidad y el silencio fértil del diálogo.

La sobreexposición a la controversia ha derivado en un agotamiento colectivo. Nos hemos habituado a la urgencia constante, a reaccionar sin procesar, a opinar sin comprender. Esta aceleración emocional nos deja exhaustos y desconectados. El ruido reemplaza la conversación y la polarización se convierte en una forma cómoda de pertenecer: basta con elegir bando, repetir consignas y señalar culpables. Lo preocupante es que, bajo la apariencia de participación, esa dinámica le resta el sentido mismo a la deliberación democrática.

El costo para la vida pública es alto. Cuando todo se reduce a la disputa, desaparece el matiz y se empobrece el debate. Las redes sociales —diseñadas para amplificar la emoción más que la razón— han extendido esa lógica a la política, los medios, la academia e incluso a la vida cotidiana. Somos una sociedad que oye, pero no escucha; que debate mucho, pero comprende poco. Y sin escucha, el liderazgo pierde legitimidad. Gobernar, enseñar o dirigir sin comprender las voces que se representan es ejercer poder sin propósito.

En realidad, la gran crisis contemporánea no es de información, sino de atención. Escuchar requiere tiempo, pausa y humildad. Supone aceptar la posibilidad de no tener la razón, abrirse a la complejidad y reconocer que en la mirada del otro hay algo que vale la pena entender. Escuchar no es un acto pasivo, sino una forma profunda de participación. Sin esa disposición, los consensos se vuelven imposibles y la confianza, frágil.

Por eso, el liderazgo más urgente en este momento no es el que más habla, sino el que mejor escucha. Aquel que resiste la tentación del ruido, que introduce pausas, que se enfoca en comprender antes que en replicar. En tiempos de saturación y polarización, la serenidad es un recurso escaso y, por tanto, valioso. Ejercerla no es ingenuidad: es estrategia. La escucha, entendida como práctica política y humana, es un antídoto contra la convulsión y el vértigo de la opinión.

Escuchar es también un acto de resistencia. Es volver a habitar el silencio como un lugar de sentido, no de evasión. Porque la esperanza se construye desde la escucha: desde la capacidad de atender al país que no grita, al ciudadano que no protesta, al otro que no piensa igual. Colombia no necesita más voces alzadas, sino más oídos atentos. Quizá el liderazgo que nos hace falta no sea el que más se oye, sino el que más sabe escuchar.

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