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Aún con los coqueteos diplomáticos de los bloques y los apretones de manos en los encuentros bilaterales —o las frases que pretendían calmar las aguas entre Washington y Bruselas— Europa cierra el año con el convencimiento de su soledad. El golpe monumental que representó para la Unión la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (que movió las aguas de la geopolítica y de Occidente, como pocas veces se ha visto en los últimos 80 años, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial) tiene aún aturdido al continente. La angustia que expresan representantes de la UE en foros amplios o mandatarios nacionales en entrevistas personales es tangible. Aprenden con la fuerza de los acontecimientos que la Casa Blanca ya no es un amigo.
El evento que lo dinamitó todo es la guerra entre Rusia y Ucrania y la evidente incomodidad de Trump con la forma en la que los europeos adelantan el conflicto. La última imposibilidad de llegar a un acuerdo entre las partes develó de manera cruda que la Secretaría de Estado de Marco Rubio está más cerca de las aspiraciones de Vladímir Putin que de las preocupaciones de Volodímir Zelenski. La propuesta de paz presentada a mediados de noviembre por Donald Trump para darle final a la invasión rusa —que en campaña prometió terminar en cuestión de semanas— fue un baldado de agua fría para Kiev y la Unión. Los famosos 28 puntos que tenía la propuesta trumpista incluían concesiones territoriales y políticas a favor de Rusia, que a los europeos se les hicieron inaceptables. “Ucrania podría enfrentarse a una decisión difícil: o perder la dignidad o correr el riesgo de perder un socio clave”, dijo Zelenski. Y desde entonces, silencio. Más guerra. Reconocimiento de que así es imposible llegar a un entendimiento entre los combatientes.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte —el mismo que había llamado Daddy a Trump (Papi en español) en una frase aduladora que le costó una avalancha de críticas— ahora está convencido de la enorme posibilidad de un conflicto continental y a gran escala con Rusia. “Somos el próximo objetivo. Ya estamos en peligro”, denunció en una aparición pública, con la cara seria de la angustia, y el reconocimiento implícito de los grandes avances de Moscú durante este 2025. Para hacer aún más dramática su posición, concluyó con una frase demoledora: “Debemos estar preparados para una guerra como la que sufrieron nuestros abuelos”.
Los políticos —locales y extranjeros— saben que esas frases atraen titulares. Las dicen para leerlas a los pocos minutos en los medios. Y la intención es poner de su lado a la sociedad cuando se anuncien los enormes gastos en defensa de cada uno de los países integrantes de la Unión. Porque el lobo está ahí, dentro de la casa, y durante décadas y décadas confiaron en un salvador externo que ahora les ha soltado la mano.
