El pasado 31 de octubre miles de personas se congregaron en Envigado con un mismo deseo: escuchar a Silvio Rodríguez, el trovador que a sus 78 años sigue convocando multitudes.
Su gira latinoamericana había despertado devoción en el sur del continente, con conciertos memorables en Chile, Argentina, Uruguay y Perú. En Colombia, el turno fue para Cali y Medellín, aunque esta última presentación quedó marcada por un episodio que desató críticas.
El concierto en Medellín estaba previsto inicialmente para la Plaza de Toros La Macarena, pero debido a la alta demanda, la productora Páramo Presenta decidió trasladarlo al Polideportivo Sur de Envigado, un recinto abierto con capacidad para unas 10.000 personas.
La Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) abrió entonces una investigación por “falta de información clara y completa” sobre el cambio de locación y operador de boletería. Muchos asistentes, que habían comprado boletas para un espacio cerrado con mejor acústica, se encontraron finalmente en graderías a cielo abierto, con visibilidad y sonido limitados.
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Así lo reportan comentarios en redes sociales y el columnista Iván Gallo, quien contó su experiencia en el evento. Aun así, el concierto logró reunir cerca de 15.000 espectadores. Varias personas viajaron desde distintos puntos del país, soportando el caos vial del Día de las Brujas para alcanzar a escuchar al autor de Ojalá.
Pero el resultado no fue el esperado. Desde las primeras canciones, los reclamos por el bajo volumen se convirtieron en coro: “¡Volumen!”, gritaba el público entre insultos dirigidos a los organizadores. En la localidad Oro se denunciaron sobreventas, bloqueos en los accesos y falta de señalización. Sin embargo, el público aguantó.
Silvio, fiel a su estilo, evitó el espectáculo grandilocuente. No hubo pantallas ni artificios, apenas su guitarra y su voz. Su apuesta por la austeridad se enfrentó a la magnitud del escenario. “Silvio no necesita pantallas, porque sus conciertos son como plegarias”, escribió Gallo, quien reconoció que el problema no fue el artista, sino la decisión de sacar un recital íntimo al formato de estadio.
A pesar de los tropiezos técnicos, el trovador cubano ofreció un concierto de intensidad emocional. Hubo espacio para Alas de colibrí, Historia de las sillas y Unicornio, y un momento de silencio absoluto cuando dedicó un poema a Palestina, sin panfletos ni consignas, solo con la serenidad del que aún cree en la palabra.
Un día después, en Cali, su presentación en un recinto cerrado se desarrolló sin contratiempos, lo que confirmaría que el problema no era el músico sino la producción. La cita en Medellín quedará, pese a todo, como un acto de resistencia cultural: una noche imperfecta en sonido, pero perfecta en sentido.
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