No tengo muy claro cuántos poemas épicos hay en la literatura colombiana, pero La Mayor (Laguna Libros, 2025) es uno inverso, donde el héroe es heroína, es mujer, es una niña que se llama Lesly Mucutuy, tiene trece años y estuvo perdida cuarenta días en la selva amazónica junto a sus hermanos Soleiny Mucutuy, de 9 años; Tien Noriel Ranoque Mucutuy, de 5 años, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, que cumplió un año en la selva.
Carolina Sanín (Bogotá, 1973) escuchó la misma noticia que todos los colombianos en 2023, siguió esa empresa en la que remaron militares e indígenas, y que parecía muerta desde el inicio, para encontrar a esos cuatro hermanos que tras sobrevivir al choque de un avión el primero de mayo de ese año quedaron en tierra solos, entre fieras y grupos armados. Cómo sobrevivieron, seguirá siendo un misterio aunque se escriban decenas de crónicas; por eso Sanín escribe un poema, que es también un ensayo.
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El libro tiene tres voces o entidades: una que se parece a la autora, aunque a veces se asemeja a Dios, como si fuera una supraconciencia que todo lo ve; y luego están las voces de los niños, especialmente la de la hermana mayor. ¿En qué estabas pensando cuando escribiste el libro?
“Eso sale, sobre todo, de un encuentro en la imaginación entre los niños perdidos y yo. Y eso tiene que ver con concebir la pérdida de distintas maneras, con verla también alegóricamente. Estar perdido no es solo estar físicamente en la selva; uno también está perdido en momentos de la vida. Aprovechando ese sentido alegórico, me conecté con ella en el poema: veo su pérdida y mi pérdida. A ella la encuentran y ella me encuentra a mí, eso me impulsó a escribir. Es como encontrar un tema que lo toca a uno, y eso también es encontrar el camino, como para los soldados encontrar a una niña perdida”.
“Me refiero a que los pueblos indígenas existen en dos tiempos: uno anterior a la conquista y otro que es el ahora. Pero no es exclusivo de ellos. Todos existimos en distintas épocas. No vivimos solo en el presente. Lo único que está en el presente es la moda. Nosotros vivimos también en otros momentos de la historia simultáneamente”.
“Eso es algo que siempre hemos sabido. El tiempo lineal es solo una forma de estar. Todo lo que vivimos sucede simultáneamente. En otro plano hay antes y después, y un camino de sucesión. Pero ese tiempo sucesivo no es el único tiempo en el que vivimos.”
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¿Cómo pensaste el libro?
“No me acuerdo muy bien. Estaba en Madrid, dando una charla, cuando me enteré de que los niños estaban perdidos. Y creo que el hallazgo ocurrió cuando recién llegué a Colombia. Fue tan increíble esa sensación de lo milagroso, de lo que es absolutamente improbable y lo que viola la ley, y que es importante a la luz de lo que estábamos hablando. El mismo hecho de que unos niños estén 40 días en la selva perdidos significa que hay otros tiempos. Cuarenta días no son solo 40 días, también son dos días, y también son los 40 años de Moisés en el desierto. Cada cosa que sucede, sucede en niveles simbólicos. Cuando ocurre un milagro, todos esos niveles distintos convergen y se hacen cristalinos, las distintas capas se transparentan unas con otras. Entonces, lo emocionante de esto para mí era lo milagroso. Era poder hablar de un milagro. ¿Cómo tiene lugar un milagro? ¿Cómo aparece un milagro? Era eso sobre todo”.
Me impresiona la idea de que la hermana mayor, que es niña y señora a la vez, guía a los indígenas, guía al Ejército. Pero todos ellos parecen transformarse. Hasta el Ejército deja de ser Ejército.
“Todos tuvieron que renunciar a lo que eran. Como en un trance chamánico: el chamán se vuelve tigre o espíritu para viajar. La niña se volvió madre y guía. Los soldados se volvieron rastreadores. El perro fue pieza sacrificial, pero también fue animal salvaje; pasó de doméstico a salvaje. Todos se volvieron otros. La Guardia Indígena trabajó con el Ejército. Todos se transformaron para encontrar a esta niña que también era madre, como una especie de Virgen María. En ese aceptar ser otro se abre la posibilidad del milagro. Mira qué interesante: la Guardia Indígena se subordinó al Ejército, pero el Ejército también respetaba a la Guardia. Todos convirtiéndose en otro para encontrarla”.
Justo pensaba eso esta semana, con todo lo que pasa entre el Gobierno y la oposición: renunciar a lo que uno es, para ver al otro como igual.
“Exacto. Cuando uno renuncia a su distinción y a su identidad, se da cuenta de que uno es todos. Si uno, por dentro, puede encontrar a la niña perdida, la encuentra afuera también. Eso es muy bonito. Si uno la encuentra en uno, también la encuentra en la selva. Adentro de uno también está la selva, y adentro de uno hay unos niños perdidos que quieren y no quieren ser encontrados. Porque eso es lo otro: si se interioriza, se hace posible afuera. Pero para interiorizarlo pasa lo que dices: que cada uno deje de ser para ser el otro, y para ponerse al servicio de algo. El secreto del servicio es disponerse, y para disponerse hay que renunciar al amarre de la identidad”.
Pensaba en la forma del libro. Cualquiera habría escrito una crónica, una novela. Vos hiciste un poema. Pensé en la Ilíada, la Odisea, la Divina Comedia. ¿Por qué un poema?
“Fue la forma que me pidió lo que estaba pasando. Es una épica. Y la épica, por lo general, tiene como protagonistas a hombres, héroes nacionales. Y había algo profundamente nacionalista en esto, en un sentido bueno, que nunca pensé que yo iba a decir. Era muy emocionante pensar que esta era la única noticia nacional buena que nos unía a todos. ¿Qué otras? Clasificaciones al Mundial, algunos triunfos deportivos y punto. Esto y el proceso de paz. Pero esta“En un país donde todo vale huevo, sucedió el milagro de encontrar a los niños en la selva” fue una noticia tan estrictamente de paz... El Ejército sin armas, en medio de un lugar con disidencias guerrilleras, y no hubo combate. La Guardia Indígena colaborando con el Ejército. Todo era el revés. Y estaba pasando en Colombia, durante un momento esperanzador, que fue el gobierno de Petro. Aunque soy muy crítica con el Gobierno, puedo decir que esto fue lo mejor que nos ha pasado. Pensemos: era el Amazonas, era la selva, era el Ejército Nacional, eran niños indígenas colombianos. Había tantos elementos de canto épico nacional, que esa fue la forma que me sugirió el acontecimiento: una épica, un poema narrativo”.
¿Por qué aparecés dentro del poema?
“Porque yo también estaba perdida. Estaba triste y desilusionada. Ver un milagro, una historia que termina bien, me devolvió la esperanza. Ocuparme de ella me sacó de mi tristeza. La niña me encontró a mí mientras la encontraban a ella. Además, ver esa ayuda me conmovió. De verdad, esta gente no desistía, buscaba y buscaba. Tener presente que la ayuda existe también fue hermoso. Es que esto sucedió en Colombia, no en otra parte del mundo donde quizá podía ser más probable”.
Hay algo de solidaridad. Del buen samaritano...
“Es increíble. En un país donde todo vale huevo, donde reina la dejadez, que durante 40 días siguieran buscando a unos niños, cuando era perfectamente improbable que estuvieran vivos, fue algo muy anticolombiano. Buscar bien, con dignidad. El general Sánchez es un héroe. Ese hombre es de oro. Lo que hizo, cómo hablaba. Era inusual acá. Por una vez, mereció mi atención el acontecer nacional. Nunca antes había pasado. La única otra niña adolescente que había capturado nuestra atención era Omayra Sánchez, de Armero, víctima de la indiferencia estatal. Fue un crimen de Estado no evacuar a esa gente. Omayra agonizante... y 35 años después está Lesly: el reverso de Omayra. Era como un resarcimiento. Por otro lado, la búsqueda la hizo un grupo de puros varones. Había como dos mujeres solamente, es decir, era un montón de hombres al servicio de unos chiquillos. Hubo una imagen preciosa: cuando los encontraron la niña le entregó el bebé a un muchacho de la Guardia Indígena, y él lo cogió y le cantó. Sucedió todo al revés, todo era divino”.
Esta parece una pregunta idiota, pero encuentra uno en tus últimos libros una mezcla de ensayo, narración, autoficción, ¿qué es tu literatura?
“Lo que pasa es que todavía no sé, pero a mí lo que me interesa sí es mirar despacio y mirar, mirar bien, o sea, detenerme en el mundo. Es detenerme en el mundo y en su significado. Es una literatura un poco de la atención, de la atención intensificada, que lo es lo que más me interesa, porque cuando intensificas la atención sucede algo en el pensamiento, es decir, en la idea y en la imagen y algo en el lenguaje. Todo eso se muestra en el estilo. Entonces es una literatura de la intensificación de la atención humana”.
¿A vos los personajes te interesan, o no?
“A mí me interesan muchísimo en la literatura, por ejemplo, enseño a Shakespeare cuya obra está hecha de personajes ciento por ciento, pero en la literatura que yo hago los personajes me interesan menos, quizá porque no sé hacerlo, no es lo que hago. Pero mi literatura no es de personajes ni de tramas”.
Eso es muy contracorriente en este país donde el gran tótem es un narrador como García Márquez, a quien si miramos de fondo es más que un narrador...
“Exacto. En realidad, García Márquez es un filósofo, un místico, incluso sin saberlo él mismo; pasa lo mismo con Vallejo: es un místico, esencialmente un santo y que no me oiga, lo suyo es literatura ascética más que otra cosa, pues para mí está en esa tradición de Fray Juan Luis de León, antes que otros. Pero sí, yo no hago narrativa mucho, hago un poquito de narrativa, pero dentro de otra cosa que tú sabes que yo lo llamo composiciones. Y es ensayístico, pero en el ensayo entra narrativa y entra la contemplación. Me interesa más la contemplación que la narración, y yo creo que composición-contemplación, y el pensamiento y la imagen. Pero no, a mí la trama no me interesa hacerla, no la sé hacer, no es mi oficio. Yo me siento más afín a artes como la música que no es narrativa, a veces es un poquito narrativa, pero esencialmente, o la alta cocina”.