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La revancha del fique: así produce una antigua finca en Antioquia la fibra que busca acabar con la dictadura del plástico

Conocimos la finca La Alegría, en San Vicente, municipio que fue histórico foco de producción de la noble cabuya que durante décadas permitió impulsar la exportación cafetera.

  • Mario adelanta cada día, casi siempre en solitario, el proceso para extraer la fibra, que empieza con el corte y termina con el embalaje en seco. FOTOS julio herrera
    Mario adelanta cada día, casi siempre en solitario, el proceso para extraer la fibra, que empieza con el corte y termina con el embalaje en seco. FOTOS julio herrera
  • La revancha del fique: así produce una antigua finca en Antioquia la fibra que busca acabar con la dictadura del plástico
  • Mario siembra fique de la especie Ceniza, pero en total hay cerca de 20 variedades de fique en Colombia, todas en mayor o menor medida con buena capacidad productiva. FOTO julio herrera
    Mario siembra fique de la especie Ceniza, pero en total hay cerca de 20 variedades de fique en Colombia, todas en mayor o menor medida con buena capacidad productiva. FOTO julio herrera
  • La fibra que se extrae de las pencas del fique es apenas el 4% del beneficio total de la planta. El 96% es bagazo y jugo, aprovechable en su totalidad para fertilizantes, abonos y hasta para producir jabones. FOTO julio herrera
    La fibra que se extrae de las pencas del fique es apenas el 4% del beneficio total de la planta. El 96% es bagazo y jugo, aprovechable en su totalidad para fertilizantes, abonos y hasta para producir jabones. FOTO julio herrera
12 de octubre de 2025
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En la finca de Mario Antonio López Ospina hay una planta de fique de 70 años, tiene unos siete metros de altura y, aunque luce altiva y alentada, usa un par de muletas, por si acaso. Se encorva ligeramente como cuando los ancianos se agachan a susurrar algo muy importante.

Fue el padre Mario el que le sacó los primeros cortes. En las frías mañanas de San Vicente Ferrer y en las tardes de sol picante, don Mario padre trabajó el fique pensando en riqueza, en bonanza inagotable, en expandir la producción, en trabajo pa´ todos los suyos. Ahora, las manos que le sacan cortes a esa planta anciana son las de Mario Antonio, pero a diferencia de su papá no piensa en grandes bonanzas, solo en el sustento suficiente para mantener su finca y su familia dignamente. Y piensa también en tener alientos para seguir sacándole cortes a sus sembrados de fique, porque si no es él no hay quien lo haga. Ya no hay promesas de riqueza, pero sí la voluntad de hacer perdurar un oficio que incluso estando acorralado se negó sucumbir a la dictadura del plástico.

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La finca de Mario se llama La Alegría, está ubicada en la vereda El Coral, un viejísimo poblado que para muchos materializó la Leyenda de El Dorado, pues a principios del siglo XX alcanzó a tener 36 grandes minas de oro, varias de ellas regentadas por alemanes.

Pero cuando la fiebre del oro menguó a mediados de ese siglo, apareció la fiebre del fique. Y esta era incluso mejor para los campesinos, porque les permitía dejar de estar sometidos a la voluntad de los grandes señores mineros, porque prometía ser una bonanza más perdurable y que podían construir desde sus pequeñas parcelas: sus propios negocios familiares.

La cabuya, esa noble planta nativa del país que, literalmente, sirve hasta para remedio, era el futuro. San Vicente se convirtió en uno de los grandes epicentros de producción de fique del país y La Alegría en una de las fincas más prósperas.

Mario resume lo que le tocó presenciar de niño: “en su mayor apogeo, el que tenía tierras con siembra de fique estaba hecho, la trabajaba y vivía bien y a muchos les dio hasta para comprar más tierra”.

La revancha del fique: así produce una antigua finca en Antioquia la fibra que busca acabar con la dictadura del plástico

La Segunda Guerra Mundial terminaba de desangrar a Europa y entraba en su brutal etapa de desenlace. Los mercados del mundo estaban colapsados.

En las gangosas radiolas en los pueblos los locutores con voces pomposas no paraban de pregonar las bondades de una planta que prometía llenar de riqueza a los campesinos e indígenas: “Llegó la era de oro del fique”, “siembre fique y viva feliz”, “la cabuya es plata suya”, eran las consignas.

Desde el púlpito, los curas garantizaban una vida de abundancia y felicidad a las familias que se animaran a sembrar cabuya por doquier en sus fincas y parcelas. Y, si acaso con eso no era suficiente, ‘ejércitos’ de encorbatados con maletín recorrían las polvorientas trochas de los pueblos de Antioquia, Nariño, Cauca y Santander para explicarles a indígenas y campesinos que la producción de fique era vital para la economía nacional y que cada planta se transformaría en plata contante y sonante para ellos.

Infográfico
La revancha del fique: así produce una antigua finca en Antioquia la fibra que busca acabar con la dictadura del plástico

Los principales responsables de esa campaña avasallante fueron los industriales cafeteros, que vieron en la crisis del café brasileño la oportunidad de sus vidas para posicionar la exportación. Pero que también tenían varias amenazas encima con Europa en posguerra, una manufactura maltrecha, escasez de materias primas, la reactivación mundial de cientos de industrias y la volatilidad de mercados. El riesgo de ver perder la oportunidad del siglo por no tener capacidad de embalaje suficiente era un escenario real. Por eso decidieron impulsar la producción de fibra natural, cabuya por toneladas para tener sus sacos y no depender de lo que ocurría afuera.

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Y ciertamente ese matrimonio vivió años de esplendor. En miles de minifundios, sobre todo de esos cuatro departamentos, 75.000 familias se volcaron a producir fique: los hombres se concentraban en la siembra, en sacar la fibra. Una vez seca la fibra, las mujeres y los niños asumían la tarea de hilar en los tornos gastados mientras se intercalaban las tareas del hogar. Luego los hombres de la casa se encargaban de llevar la carga a las cooperativas, centros de acopio, a negociar los precios.

En su máximo esplendor, solo la industria cafetera llegó a consumir 38.000 toneladas anuales de fique para producir los sacos en las compañías procesadoras de empaques. Eso sin contar las toneladas empleadas para embalar otros productos de exportación como el cacao y el frijol. 300.000 personas convirtieron el fique en su casi exclusiva fuente de ingreso.

Pero el idilio se rompió. La irrupción en los 70 del polipropileno y en menor medida del yute importado a precios bajísimos dejó a los fiqueros en el limbo, con decenas de miles de hectáreas de cabuya que ahora no tenían el mismo mercado.

El problema era que miles de campesinos habían apostado todas sus fichas al fique. Convencidos de la promesa de que mientras Colombia exportara un grano de algo la cabuya se vendería siempre por montones, colmaron sus pequeñas parcelas, que en su mayoría tenían entre una y cinco hectáreas, con cabuya y muchos no diversificaron ni siquiera para mantener un pancoger. Tenían trabajadores y pagaban créditos al Banco Agrario por la compra de maquinaria para aumentar la producción.

Entre mediados de los 70 y comienzos de los 80 todo se acabó de ir al traste. Los fiqueros armaron huelgas y bloquearon las vías nacionales. Las compras dejaron de ser rápidas y constantes. La carga la empezaron a comprar con ficho en las compañías de empaques, y las filas eran interminables. Dominados ya por el desespero, miles de fiqueros empezaron a hacer maniobras que, según recordó Mario, acabaron de fulminar la industria. Intentaban vender la fibra mojada para que pesara más y se las pagaran mejor.

Así se fueron de tumbo en tumbo el resto del siglo. En los últimos años de los 90 quedaban apenas 25.000 familias dedicadas a producir fique en Colombia, y después de ser una industria capaz de producir 80.000 toneladas al año en su edad de oro al inicio de los 70, pasó a mediados de los 90 a sacar apenas 11.000 toneladas.

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Un oficio ejecutado a la perfección con la repetición incesante y el tiempo como maestros se convierte en el mejor espectáculo del mundo: eso es lo que ofrece una jornada de Mario en La Alegría, cada día.

Antes de que sean las 7 de la mañana Mario está ya moviéndose ágil y silencioso entre fiques, cortando y manojeando con destreza. Las plantas de cabuya las tiene repartidas en su predio que tiene pequeñas pendientes y las intercala con sembrados de aguacate, hortalizas y algunas frutas. Que la jornada rinda depende en buena medida de que su confiable pero vieja máquina de desfibrado no se ponga achacosa. Cuando está afinada, trabaja mejor que la máquina más nueva que ofrezca el mercado, aplastando una tras otra las pencas que le ofrece Mario, separando la fibra y vaciando por chorros el jugo y la pulpa en una palangana.

Lo que sigue es trabajo de fuerza y aguante. Mario tiene que subir la fibra mojada por un pequeño morro y llevarla en hombros hasta el tanque de fermentación. En un día provechoso esto puede significar una carga de hasta 80 kilos. En el tanque la fibra reposa toda una noche y al día siguiente Mario la extiende en alambres para que seque, es el penúltimo paso. Lo último es embalarla en grandes bultos para salir a venderla y también la pasan por el torno, que también tiene sus achaques, para sacar grandes carretes de hilo.

Todo el proceso es solitario para Mario y refleja grandes paradojas. Aunque sigue siendo una forma bastante viable de ganarse la vida en el campo y aunque es un mercado vivo y prometedor, Mario no consigue con quien trabajarlo.

Después de tocar fondo a finales del siglo pasado, con la llegada del siglo XXI apareció la asociatividad, la tecnificación y un vibrante mercado artesanal, que además coincidieron con el despertar del mundo frente a la amenaza total del plástico, que de manera engañosa entró a las casas durante décadas y luego penetró hasta lo más profundo del cuerpo humano y lo más recóndito del planeta para envenenarlos, tal como se sabe ahora que lo hace la contaminación por microplásticos.

El año pasado científicos hallaron por primera vez microplásticos en testículos humanos. Quiere decir que la invasión ya no es solo en todo lo visible que existe, sino a nivel celular, una amenaza al ADN.

Mario siembra fique de la especie Ceniza, pero en total hay cerca de 20 variedades de fique en Colombia, todas en mayor o menor medida con buena capacidad productiva. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> julio herrera</span></b>
Mario siembra fique de la especie Ceniza, pero en total hay cerca de 20 variedades de fique en Colombia, todas en mayor o menor medida con buena capacidad productiva. FOTO julio herrera

Mario valora cada hebra que logra extraer de las cuidadas pencas de la variedad ceniza (una de las 20 variedades de fique en Colombia) que crecen en La Alegría desde hace décadas. Pero también cuida devotamente cada litro de jugo y cada gramo de bagazo que sale de estas. Y es que la fibra que entrega el fique solo es el 4% del beneficio de la planta. El 96% es bagazo y jugo, una combinación que, mal manejada, se convirtió en los años de bonanza en amenaza para fuentes hídricas al terminar vertidas colmatando quebradas y ríos y degradando el oxígeno.

Pero ahora es diferente. Entidades como Agrosavia han logrado de la mano de los campesinos ambiciosas investigaciones que descubrieron nuevos fines para ese jugo y materia orgánica. Hoy se sabe que ese 96% antes desperdiciado sirve como biofertilizante con comprobadas bondades para mejorar el rendimiento de cultivos de frijol, papa, aguacate, arracacha y decenas de hortalizas.

En la finca de Mario nada se desperdicia. Incluso el agua en la que se fermenta la fibra antes de pasar a la etapa de secado termina vertida sobre las mangas pues tiene cualidades para mejorar los pastos y optimizar la nutrición del ganado.

El fique, incluso cuando muere como planta productora de cabuya, es decir cuando cesa la capacidad de dar cortes cada año, deja brotar de su centro una flor que se yergue firme y la cual tiene componentes medicinales para infecciones, trastornos digestivos y problemas respiratorios.

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Un nuevo mercado de artesanías de fique como sombreros, bolsos y mochilas, cinturones y billeteras, telas, muebles, canastos y todo tipo artículos de hogar, bisutería y decenas de elementos más se han convertido en piezas apetecidas y de alto valor.

Hoy, según el Ministerio de Agricultura, se producen 17.300 toneladas de fibra al año y después del dramático descenso de familias productoras nuevamente 70.000 de estas se dedican a producirlo.

Con la entrada en vigor de la Ley 2232 de 2022, que ordenó la eliminación gradual de los plásticos de un solo uso en Colombia, los ministerios de Agricultura y Ambiente han impulsado estrategias para posicionar al fique como uno de los grandes sustitutos del nocivo plástico.

Mario incluso atravesó medio mundo como parte de una delegación que viajó hasta Japón con el fin de mostrar, entre otros productos con sello colombiano, el noble fique para intentar abrir nuevos mercados internacionales a esta fibra natural.

Pero también persisten complejidades y problemas. A pesar de que es buena fuente de empleo, Mario trabaja generalmente solo porque no encuentra mano de obra. Por eso ha visto morir plantas jóvenes que se secaron porque no hubo manos para les sacaran cortes. Dice el productor que es solo un caso más que evidencia la ruptura generacional que ocurre en el campo.

La fibra que se extrae de las pencas del fique es apenas el 4% del beneficio total de la planta. El 96% es bagazo y jugo, aprovechable en su totalidad para fertilizantes, abonos y hasta para producir jabones. FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> julio herrera</span></b>
La fibra que se extrae de las pencas del fique es apenas el 4% del beneficio total de la planta. El 96% es bagazo y jugo, aprovechable en su totalidad para fertilizantes, abonos y hasta para producir jabones. FOTO julio herrera

El aumento en el precio de la gasolina también los golpea directamente. Para poner a trabajar la máquina de desfibrado Mario compraba una caneca de gasolina que le costaba $30.000, ahora ese gasto supera los $60.000, un encarecimiento que se come las ganancias y que, según el campesino, ha puesto a pensar a muchos tradicionales productores que después de dejar el oficio por años lo habían retomado pensando en el posible relanzamiento del fique en el mercado de fibras y empaques. “Esa es la ayuda del Gobierno, el encarecimiento de la gasolina”, reclama Mario. Un golpe de realidad frente a la narrativa que ha querido instaurar el presidente Gustavo Petro de que el obrero, el campesino, no usan gasolina, y que es principalmente un insumo para que los ricos puedan usar sus toyotas y sus lanchas.

Pero el principal problema, recalca Mario, sigue siendo el plástico. Y es que aunque sin duda reconoce que éste va perdiendo terreno gracias a la legislación, es un retroceso todavía muy lento.

Decenas de industrias, lamenta, lo siguen usando. “A mí lo que me da es desconsuelo. Los productores de papa, de arracacha, el frijol, y muchas otras industrias siguen usando plástico, que se demora de 100 a 500 años para descomponerse, mientras que esto que hacemos se descompone naturalmente”, lamenta.

Hoy, reconoce Mario, lo que sigue manteniendo vivo al fique es el café. El matrimonio más duradero en la historia productiva en Colombia. La fibra que sale de las 18.000 hectáreas cultivadas en Colombia resguardan el grano que llega a 90 países.

San Vicente Ferrer se convirtió hace dos años oficialmente en el primer “Pueblo Blanco” de Antioquia, una propuesta de embellecimiento del casco urbano como parte de una estrategia turística en un municipio rico en historia, con un clima benévolo, paisajes atractivos y a escasa hora y media de Medellín.

Conociendo esas maravillas que le permitieron ingresar a las rutas de Antioquia es Mágica, un día el entonces gobernador Aníbal Gaviria se apareció con su gabinete en la finca de Mario, lo quisieron convencer del potencial de su finca para ser un gran destino turístico.

Pero no había necesidad de intentar convencerlo de eso. Ya desde mucho antes él sabía que el fique, su historia y su proceso son tan fascinantes que bien valdrían como experiencia turística. Y decidió hacerlo. Y lo hace de una manera tan orgánica y sencilla como la forma en la que saca el beneficio de sus plantas cada día: sin publicidad, ni presencia en redes sociales, ni videos de influenciadores extravagantes. Mario tiene un número de celular, es el 314-733-68-81. Pero para hablar con él hay que llamarlo. No tiene Whatsapp. No lo parece pero es, tal vez, el acto de emancipación más grande que se puede tener en estos días.

Entonces él responderá después de un par de timbrazos y con su acento musical y su hablado rápido dirá que claro que sí, que con todo gusto, que para qué día quieren ir a visitar La Alegría, que cuántos son, que si quieren también que les preparen almuerzo, que con todo gusto, nuevamente.

Y en La Alegría, a la que se llega después de pasar brevemente por la entrada del pueblo y tomar la vía hacia la vereda La Enea, Mario terminará el recorrido tumbado sobre su fique seco y dorado contando sobre la vez en la que fue a Japón, sobre las cosas muy lindas que se pueden hacer con fique y sobre su vieja planta de 70 años a la que le sigue sacando cortes encaramado en una escalera.

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