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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Rumores de guerras a ochenta años de 1945
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Edición del mes | PUBLICADO EL 14 agosto 2025

Rumores de guerras a ochenta años de 1945

Hace ocho décadas se lanzaron las bombas atómicas sobre Japón. Con Europa en ruinas los vencedores delimitaron el nuevo mundo que pretendía ofrecer una estabilidad geopolítica y un orden internacional con el diálogo como salida a los conflictos. Fue el punto de partida de los organismos multilaterales, la disuasión nuclear y la soberanía de los territorios nacionales. Hoy, en pleno 2025, asustan los ecos que recuerdan al mundo que creíamos sepultado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

David Santos / Doctor en Ciencias Sociales y Periodista. Columnista de El Colombiano y profesor en Eafit de temas relacionados con historia y geopolítica.

Los niños que sobrevivieron a la masacre total, a la bomba absoluta, a la muerte generalizada, insisten en que ahora —en la vejez, ochenta años después de aquel día soleado que fue el más oscuro de cuantos ha vivido la humanidad— la pesadilla no deja de presentárseles cada mañana cuando sienten que la muerte sigue ahí, presente, sentada a su lado. Murieron sus padres y sus hermanos, sus tíos y sus amigos, decenas de conocidos y millares de desconocidos, en ese hongo absurdo que en un instante borró Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, y que por asuntos del azar les perdonó la vida a ellos. Pero con ese perdón llegó la culpa y con ella, a su vez, la angustia eterna de sentir que los ecos de la explosión, de la consecuente radiación, de las heridas, pueden ser los caminos hacia su propio fin. El último respiro a la vuelta de la esquina. “Todavía siento que puedo morir en cualquier momento”, dijo hace un lustro Yasuaki Yamashita a un reportero de la BBC cuando le preguntó por su cotidianidad alejada de Japón, en México, donde había intentado empezar de nuevo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Las únicas explosiones nucleares que conoce la humanidad cumplen ocho décadas justo en un momento geopolítico en el que se alerta sobre posibles conflictos que recurran, de nuevo, al uso de estas armas. De una forma simbólica a la humanidad en este 2025 también la acosa la sombra de que el hongo nuclear regrese como una amenaza palpable. Mientras superamos los tres años y medio del enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, vemos con impotencia la barbarie del conflicto en Medio Oriente, retumban los ecos de los bombardeos estadounidenses en Irán, se mantiene la alerta de una posible invasión de China a Taiwán o escuchamos sobre escaramuzas entre India y Pakistán, la conmemoración del fin de la peor guerra de la la humanidad se nos asoma, al mismo tiempo, como un recuerdo y una advertencia.

Los sobrevuelos de los ahora famosos aviones Enola Gay (Hiroshima) y Bockscar (Nagasaki), que lanzaron las bombas Little Boy (Hiroshima) y Fat Man (Nagasaki), autorizados por el entonces presidente de Estados Unidos Harry Truman, obligaron al imperio japonés a firmar la rendición incondicional. Finalizó así una conflagración que dejó entre cincuenta y setenta millones de muertos y que redefinió la geopolítica contemporánea. Refiriéndose al número de fallecidos en el frente oriental -el más devastador- y al holocausto judío que desgarraría el alma del mundo cuando fue enseñado en toda su magnitud por los medios occidentales, el historiador británico Eric Hobsbawm se preguntaba si ante el tamaño del desastre valía la pena detenerse en las cifras: “Las bajas en los territorios soviéticos se han calculado en diversas ocasiones, incluso oficialmente, en 7, 11, 20 o incluso 30 millones. De cualquier forma ¿qué importancia tiene la exactitud estadística cuando se manejas cifras tan astronómicas? ¿Acaso el horror del holocausto sería menor si los historiadores llegaran a la conclusión de que la guerra no exterminó a seis millones de personas sino a cinco o incluso a cuatro millones? (...) ¿Es posible captar el significado real de las cifras más allá de la realidad que se ofrece a la intuición?” (Hobsbawm, Historia del siglo XX).

Lo que vivió entonces el mundo no había tenido paralelo. El fin del conflicto, que había iniciado el 9 de septiembre de 1939 con la invasión alemana a Polonia, terminó con una serie de acontecimientos en 1945 que incluyó el fusilamiento del fascista italiano Benito Mussolini, la liberación de la Europa occidental por parte de los aliados guiados por Washington, la derrota del sorprendido ejército nazi a manos de los soviéticos, la invasión a Alemania, el suicido de Adolfo Hitler en un bunker de Berlín, la obstinación de los japoneses en el pacífico y, finalmente, las dos bombas atómicas que causaron cerca de 200 mil muertos en las ciudades cuyos nombres pasaron a ser, desde entonces, referencia del terror nuclear.

Meses antes soviéticos, británicos y estadounidenses, intuían la derrota del eje y empezaron a dibujar un mundo nuevo. Lo que impulsaron los acuerdos de los vencedores en las conferencias de Yalta y Potsdam y, posteriormente, el lanzamiento de las bombas atómicas, fue la delimitación de un mapa en el que el diálogo, los derechos humanos y las organizaciones multilaterales tenían como objetivo defender al mundo de la posibilidad de caer nuevamente en un conflicto de semejante envergadura. Lo que siguió, por 45 años más, fue la realidad de un mundo bipolar, el de la Guerra Fría, que enfrentó dos visiones radicalmente opuestas en lo político, lo social y económico con Estados Unidos de un lado y la Unión Soviética del otro, y que terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la URSS en 1990 y 1991. El grito de triunfo del capitalismo ofreció entonces posibilidades de una historia que, en palabras de algunos analistas, había llegado a su fin, con un camino económico claro y una democracia liberal fortalecida. Esa, al menos, era la consigna.

¿Se acabó la geopolítica que nos gobernó durante ocho décadas?

La pregunta que el mundo se hace hoy es si quizá esos límites, que fueron estandarte de la libertad de Occidente y se vieron solidificados con la derrota del comunismo en el cierre del siglo XX, se han roto. Justo cuando los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial conmemoran su triunfo frente a la dictadura y el horror del fascismo, y disponen desfiles y homenajes a los caídos, alerta el repliegue nacionalista de muchas de las democracias americanas y europeas que critican el multilateralismo y obran con doble vara para medir las actuaciones bélicas de amigos y de enemigos. Aunque deberían condenarse por igual los bombardeos a civiles rusos o ucranianos o palestinos o israelíes o sirios o pakistaníes, la realidad de los discursos nos muestra lo opuesto. La capacidad de veto de los más poderosos ha llevado a un mundo cada vez más injusto. Es quizá la hipocresía de la diplomacia contemporánea, que utiliza verdades a medias o falsedades completas, la mayor amenaza al mundo que se construyó después de la caída del Tercer Reich.

¿Cómo conmemorar 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial y al mismo tiempo defender su legado cuando la democracia liberal y la confianza en las Naciones Unidas -hija de esa guerra- están en su punto más bajo? El mundo que pretendió dibujarse hace ochenta años confiaba en la estabilidad basada en instituciones multilaterales, la disuasión nuclear, la soberanía de las naciones y las alianzas regionales que favorecieran el diálogo ante los disensos. Sin embargo, varios elementos de la actualidad internacional nos llevan a creer que estos acuerdos han muerto.

La integridad territorial —uno de los factores escenciales de la convivencia internacional— ha sido mutilada por las actuaciones de Rusia y de Israel y la amenaza continua de China. La incoherencia de muchas democracias occidentales en la firme condena de las acciones de Vladimir Putin, pero la ambigüedad con los movimientos de Benjamín Netanyahu, debilitó como nunca antes el principio rector y envalentona a invasores de territorios ajenos. Es evidente la selectividad en la aplicación de sanciones y castigos y la impunidad que gozan muchas de las naciones que insisten discursivamente en ser defensoras de la democracia.

Las peticiones de las Naciones Unidas para que cese el fuego en todos los frentes no son escuchadas y sus relatores terminan por ser atacados por las potencias que hasta hace muy poco los defendían. Nunca antes como ahora, en estas ocho décadas, los organismos multilaterales estaban tan debilitados.

Esa impotencia política, esa falta de dientes para tomar decisiones y llevar a juicio a los que rompen las normas, ha generado una fragmentación del poder, con una debilidad —al menos discursiva por ahora— de Estados Unidos, una reconfiguración de alianzas como los BRICS+ y un lento pero consistente juego de China como potencia económica y militar. Europa desconfía de la Casa Blanca y el gran gigante asiático, que al finalizar la guerra entró en su propio enfrentamiento interno, es ahora el mayor contrapeso de Washington y sus movimientos generan una tensión creciente en el hemisferio americano.

La democracia en horas bajas

La caída de Alemania y de Japón y la posterior reconstrucción de Europa occidental con apoyo del Plan Marshall derivó en el establecimiento paulatino de democracias liberales que sirvieron de símbolo en la lucha contra el comunismo en la Guerra Fría. La dictadura de partido único que gobernaba desde Moscú y tenía unos círculos de influencia que llegaban a casi la mitad del globo finalmente se derrumbó tras las ideas de apertura y restructuración de Mijaíl Gorbachov. Perestroika y Glasnost dieron paso a las independencias de las naciones de la Europa oriental y muchas de ellas decidieron el camino de la democracia liberal. Hoy, sin embargo, esa democracia —al que otro de los grandes personajes de la IIGM, Winston Churchill, denominó el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado— pasa por sus horas más bajas.

El ascenso de regímenes autoritarios en naciones que parecían vacunadas contra la tentación dictatorial preocupa. La demagogia cotiza al alza en muchos de los políticos que quieren gobernar sus países y ante las crisis económicas —y migratorias— las soluciones de corto plazo ofrecidas a gritos obtienen réditos en las urnas. Existe una creciente desconfianza del sistema democrático y los resultados de las elecciones parecen que solo satisfacen a los ganadores. El perdedor ecuánime, que hasta hace una década se mostraba conforme con el proceso y daba un discurso de aceptación, parece cosa del pasado. Lo más frecuente es escuchar, entre los derrotados, denuncias de fraude.

Las dos semanas que transcurrieron entre el 17 de julio y el dos de agosto de 1945 en un el pequeño poblado de Potsdam, cerca a un Berlín bombardeado sobre el que ondeaban las banderas de la Unión Soviética, pretendieron diseñar las leyes de un mundo que evitara vivir el horror del conflicto mundial más adelante. Sería exagerado y catastrofista anunciar que al cierre del primer cuarto del siglo XXI estamos próximos a un enfrentamiento global. Sin embargo, hay sombras que atemorizan. El chantaje nuclear se ofrece con demasiada frecuencia y asombrosa ligereza. Putin amenaza y Trump responde con la misma altanería. Corea del Norte no lo descarta e India y Pakistán insisten en su derecho a la defensa. Al mismo tiempo, las manos que tocan el pecho para luego concluir con el saludo nazi, señalando hacia el horizonte, se repiten en encuentros de extrema derecha. Las banderas negras y rojas se campean de nuevo por Alemania y el negacionismo de los hechos que acabaron con decenas de millones de vidas se vuelve popular entre los jóvenes. A ochenta años del fin de la guerra y el lanzamiento de las bombas atómicas el mejor homenaje a los caídos es reconocer que mucho por lo que ellos lucharon ahora recibe aplausos. Deberíamos tener más que claro que allí no podemos volver.

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