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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • La Pascasia, en el centro de Medellín, se ha convertido en un refugio de artistas. En el viejo edificio sobre la calle Bomboná hay una librería, una tienda de discos, una tienda de diseño, restaurante y un gran salón para bailar como manda la tradición.
    La Pascasia, en el centro de Medellín, se ha convertido en un refugio de artistas. En el viejo edificio sobre la calle Bomboná hay una librería, una tienda de discos, una tienda de diseño, restaurante y un gran salón para bailar como manda la tradición.
  • La Pascasia, en el centro de Medellín, se ha convertido en un refugio de artistas. En el viejo edificio sobre la calle Bomboná hay una librería, una tienda de discos, una tienda de diseño, restaurante y un gran salón para bailar como manda la tradición.
    La Pascasia, en el centro de Medellín, se ha convertido en un refugio de artistas. En el viejo edificio sobre la calle Bomboná hay una librería, una tienda de discos, una tienda de diseño, restaurante y un gran salón para bailar como manda la tradición.
Edición del mes | PUBLICADO EL 13 agosto 2025

La Pascasia: una refinería musical en el centro de Medellín

La Pascasia mueve buena parte de la vida cultural del centro de Medellín: el año pasado abrieron 247 días, recibieron a 28.675 asistentes tuvieron a 1.350 artistas. Esta es su historia.

Karen Parrado Beltrán / Trabajadora del periodismo. Periodista y diseñadora gráfica de la universidad pública. Su primera escuela fue De la Urbe, después pasó por El Tiempo y Revista Bocas. Desde 2021 escribe, edita y hace periodismo participativo junto a sus compañeras en Mutante.

Una vieja casona en la calle Pascasio Uribe, dos cuadras arriba, fue el origen del nombre propio y la metamorfosis de La Pascasia. La encontraron mientras buscaban una oficina, y la casa —herencia de unos amigos músicos que ofrecieron un alquiler amable con el fin de conservarla y evitar su demolición— terminó convirtiéndolos en un centro cultural. Ocho años después, en 2023, con el caos y la energía de una mudanza a cuestas, y una deuda superior a ellos, llegaron al edificio de cuatro pisos que es hoy su sede propia, donde abren de lunes a sábado, día y noche.

En la noche, cuando los visitantes —asiduos o incautos— cruzan el estrecho vestíbulo del nuevo edificio de La Pascasia, en la calle Bomboná, resplandece la luz roja. Las seis lámparas rojizas del pasillo del primer piso los guía a una tienda de diseño local, un jardín, una entrada interna de una librería, una tienda de discos, unos baños mixtos rosados, un bar, una cocina y un patio con un auditorio, dominado por una gigantesca cortina carmín.

Aunque lo llaman “nuevo”, el edificio de cuatro pisos es más bien un veterano ocupado. Sus paredes no están pintadas, sino deliberadamente desnudas, sin rastro alguno de barniz que oculte su historia. Las baldosas, lejos de pulir el pasado, lo exponen en sus texturas más primigenias. La piscina yace en el patio como un esqueleto fosilizado, embalsamada en cemento y despojada de azulejos, con la huella aún visible de la superficie acuática que dominó las paredes.

Es la “sede de la ilusión”, como la bautizó un seguidor en redes sociales en los días previos a la inauguración. Para cubrir parte de los gastos de remodelación del edificio recién adquirido, los fundadores lanzaron una campaña de donación en Vaki y que su comunidad más leal los apoyara.

Es una historia que podría ser un cuadro: un grupo de músicos guiando una embarcación en medio de un mar furioso, a punto de naufragar. Una estampa kamikaze. Mientras atienden la videollamada, José Julián Lenis cuenta que entraron en el “circuito azaroso” de comprar una sede. “Tomamos la decisión de comprar este edificio pensando en que esta era la edad en la que tal vez teníamos energía para hacerlo. Nos estamos envejeciendo y no tenía sentido hacerlo después”. Él es uno de los fundadores, integrante de la Corporación Común y Corriente —la casa matriz del centro cultural La Pascasia— y guitarrista de la Orquesta La Pascasia.

Días después, al final de un recorrido por los cuatro pisos, José Julián bromea diciendo que ellos son “La Senil”, mientras saluda animoso a los músicos de la Orquesta La Juvenil, que van entrando al patio para el concierto de las nueve. La Juvenil está compuesta por 19 músicos entre los 18 y 25 años, provenientes del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y de municipios cercanos, que hacen música en vivo.

“Sin el ánimo de ser una institución educativa, queremos ser puente. Sostener el gusto por las músicas colombianas como una opción que se mantiene y complementa otras opciones de formación”, explica en los días siguientes Jaime Suárez sobre La Juvenil, que también es el semillero de la Orquesta La Pascasia. Jaime está sentado al otro lado de la pantalla, con el fondo de una de las oficinas en el cuarto piso. Es un ingeniero industrial que llegó hace nueve años como voluntario y hoy se desempeña en la gestión de proyectos de la corporación, una entidad sin ánimo de lucro

El 2024 fue un año decisivo para La Pascasia. Abrieron una nueva sede —cuya compra y remodelación costaron cerca de 2.500 millones de pesos— y lanzaron nuevos proyectos como La Juvenil. Estuvieron abiertos al público 247 días del año, hicieron 250 eventos (tres de cada diez con entrada libre), recibieron a 28.675 asistentes en su programación cultural y fueron el escenario de 1.350 artistas.

Pero también fue un año implacable en lo financiero. Moverse solo dos cuadras fue lanzarse al aturdimiento de las deudas y a ocupar un espacio con el doble de aforo: 500 personas. También ampliaron su planta de personal: 19 trabajadores con contrato laboral (a término indefinido, casi todos) y 444 millones de pesos anuales en sueldos que había que sostener.

El sostenimiento de La Pascasia no está en los conciertos, sino en la terquedad. “Estos proyectos funcionan y sobreviven de cuenta, sin duda, de la terquedad y de la austeridad de quienes los ejecutan”, dice José Julián. Es un carácter que marca buena parte del espíritu cultural del centro de Medellín, “donde hay teatros que llevan 40 años aguantando en una austeridad mucho más profunda que la nuestra”.

Por fortuna, advierte, la historia fue amable con ellos y la gente solidaria. Si La Pascasia se iba a mover dos cuadras, la gente se movería con ella. Y no solo eso: ha ido llegando nuevo público al edificio de las luces rojas, así como nuevos aliados del sector de fundaciones, del privado y del gobierno, lo que se traduce en donaciones, inversiones o estímulos. Uno de estos fue el del Programa de Estímulos de la Ley de Espectáculos Públicos, que recibieron en 2024 por parte del Municipio de Medellín y que cubrió el 40 % del valor de compra y adecuación de la nueva sede. Ese es el dominio de Jaime: el dinero y cómo lograr que no los rehúya, sino todo lo contrario.

“El valor del arte y la cultura todavía tiene una percepción muy baja en la sociedad. Eso definitivamente desmotiva e influye mucho en que estos proyectos sean muy frágiles”, dice. A veces, sin que los visitantes lo noten, las cervezas que piden en el bar o los platos que ordenan en el restaurante son el contrapeso a esa fragilidad. Según el Informe de Gestión del año 2024, esos ingresos cubren el 35 % de los gastos operativos del centro cultural.

La noche del concierto de La Juvenil, y con un auditorio dispuesto a bailar, Juan Fernando Giraldo, el director de la orquesta saludó. “¡Buenas noches, Pascasia! ¡Un aplauso para La Juvenil!”. Frente a la cortina carmín, se desencadenó la fiesta.

***

Desde que nació, en 2016, Cristóbal Peláez y el Teatro Matacandelas han estado ahí. Ahora, siendo vecinos, Cristóbal dice que la llegada de La Pascasia al nuevo edificio fue maravillosa: “Esta es una calle como sin identidad y muy atormentada”. Durante el día, buses, carros y motos transitan sin parar. Y en la noche, el silencio que deja su ausencia es tal que la calle espanta. Cristóbal la define como una donde vivir es “muy salvaje”. Sin embargo, tiene un sueño: que esté llena de teatros.

Es justamente Cristóbal el que alerta a La Pascasia si un día amanece dañada la P o la A del letrero luminoso. “La luz y el agua no se llevan bien”, dice José Julián desde la terraza del cuarto piso. Abajo, la planta baja está atestada por la Noche de las Librerías, una iniciativa creada por ocho librerías locales —entre ellas la Librería de La Pascasia— que permite que la gente las visite hasta la medianoche.

Sobre la calle aguardan dos buses que esperan a las 80 personas que compraron el tour y se han detenido en la calle Bomboná para visitar la Librería de La Pascasia. Abierta hace un año y medio, cuenta con una programación permanente y una cuidada disposición, con estantes de libros que llegan hasta el techo.

La camaradería que existe entre el Teatro Matacandelas y La Pascasia es notable. Entre ellos se da el respeto mutuo de quien reconoce que ha llegado a un terreno florecido tras un tenaz invierno. Cristóbal y el Matacandelas llegaron en 1994 a Bomboná. Para entonces, ya estaba “el señor Gustavo”, antiguo dueño del edificio de La Pascasia.

Lo recibió abandonado y lo rehabilitó. Abrió en el patio del primer piso un restaurante de almuerzos ejecutivos llamado Bien me sabes. A la entrada, creó un pequeño centro comercial donde una señora instaló una tienda de ropa de segunda mano llamada Sobrado de rico, que vendía sus prendas más finas al teatro a muy buen precio.

Un sauna y club gay se instaló luego en los otros pisos y dividió parte del edificio en habitaciones. “Eso se volvió un nalgodromo”, comenta Cristóbal. Tras el resplandor inicial, el lugar se vino abajo por un atentado que sufrió “don Gustavo”. “Se perdió y se fue”, dice Cristóbal. Los problemas y los años de abandono que vinieron dejaron el edificio casi en ruinas.

Por eso, cuando en 2023 La Pascasia llegó a inspeccionarlo, no había ni un interruptor para conectar un bombillo o una extensión. Era un cascarón desvalijado. “Estos de La Pascasia son muy guapos”, dice Cristóbal. El día que fue a ver el estado del antiguo edificio de la calle de enfrente, no podía creer lo que veía. Salió deprimido. Pidió que no lo volvieran a invitar hasta que estuvieran listos para abrir al público.

***

La sustancia de La Pascasia es una sustancia crossover. Su público no está compuesto solo por músicos, artistas o escritores; son personas que disfrutan esas expresiones o sus versiones más alternativas. Una noche puede haber rock, otra indie o metal, y otra reguetón disco o salsa. Cristóbal dice que La Pascasia ha sido un fenómeno entre la gente joven, especialmente los estudiantes, y que hoy es “el mayor refinador de música popular en el centro”. Por eso, aunque las orquestas del lugar tocan cumbia, mambo y porro, el sonido y la audiencia nunca son los mismos.

Pero un rumor flota en el ambiente. Algunos señalan que asiste el mismo tipo de gente, una tribu: ‘Los Pascasios’. La etiqueta, casi un meme, es una simplificación ingeniosa, que como cualquiera de su tipo corre el riesgo de resultar injusta. “No sé de dónde sale”, dice José Julián. “No sé qué vieron”... Piensa un momento en la programación de conciertos, pero lo descarta pronto. “Yo no creo que un señor que vaya a tango el miércoles sea igual al tipo que va a ver blues el jueves o al que va a ver a Masacre el viernes”, dice. “Pero existir en la boca de la gente es emocionante”, resuelve.

Existir les ayuda a sobrellevar ese terror metafísico que los convocó en 2013, cuando eran un grupo de amigos músicos que querían crear de manera independiente y buscar una oficina para dejar de ensayar “en la casa de la mamá”. Perdurar es lo que los mantiene hoy ocupándose de los terrores económicos (y físicos) para sobrevivir con su público. Un desafío que no es exclusivo de La Pascasia. “Tenemos un público muy pobre y un problema: que no lo podemos cambiar”, dice el director del Matacandelas.

El nuevo edificio les confirmó que más que una sede, necesitan ser una colmena. Cada uno se nombra como parte algo mayor: los corporados, diez en total. José Julián es uno, el encargado de Proyectos Especiales y miembro de la asamblea de la Corporación Común y Corriente. La corporación es el panal de una colmena con cuatro celdas: Ojo Común, dedicada arte y la curaduría visual, gestiona la galería; Música Corriente, la disquera que compila agrupaciones independientes, produce música por encargo y tiene su propio auditorio; Verso Libre, una editorial con más de 16 títulos y una librería propia; y La Pascasia, el lugar donde todo ocurre.

La colmena no estaría completa sin un enjambre. “Cuando estamos con capacidad full, aquí pueden perfectamente estar alrededor de catorce empresas de arte, cultura, educación o temas sociales conviviendo en un lugar del centro”, cuenta Jaime. A artistas, diseñadores, periodistas o fabricantes de libretas alquilan espacios en todos los pisos del edificio a precios amables para una ciudad especulativa. Así fue posible que el antiguo sauna, turco y jacuzzi del club gay se transformaran en estudio de grabación, oficina de comunicaciones o redacción de un medio independiente.

“Estos proyectos, por uno o por cuatro pisos que tengan, para una entidad como la nuestra, parecen utopías”, comenta Jaime. Cuando cuentan lo que han logrado, por un instante parece que esa utopía ha pellizcado el horizonte. “Y nos gustaría seguir haciéndolo”, agrega.

José Julián es más concreto. “El fin de este proyecto debería ser algún día una cooperativa: una cooperativa y un sindicato”. La noche del concierto de La Juvenil, dijo que soñaba con que los músicos de la ciudad pudieran volver a ser obreros de la música, pero con dignidad. En parte, por eso insiste en levantarse cada día “a una causa perdida”. “Quebrados vivimos, entonces qué importa”, dice.

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