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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Mario Cárdenas es editor Revista Blast, coordinador de proyectos especiales, Eventos del Libro, Medellín.
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Edición del mes | PUBLICADO EL 19 mayo 2025

El Eternauta o la argentinidad mezclada con ciencia ficción

De la serie del momento, número uno en Netflix en 11 países en el mundo y en el top 10 en 87 naciones, hay mucho que hablar y contar. Su historia viene de una novela gráfica hecha en los años 50.

Mario Cárdenas

Desde que se anunció la serie de televisión de El Eternauta para la plataforma de streaming Netflix, dirigida por Bruno Stagnaro y con Ricardo Darín como Juan Salvo, las especulaciones e ideas sobre la serie empezaron a multiplicarse. Era lo habitual. La historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, un relato dibujado de la argentinidad mezclada con ciencia ficción que empezó a publicarse por entregas semanales el 4 de septiembre de 1957 en las páginas de la revista Hora Cero Semanal, ha pasado por generaciones de lectores, lectores argentinos en su mayoría, que han leído e imaginado una historia de ese tipo, de ciencia ficción, sucediendo a la vuelta de la esquina.

Este clásico de la historieta argentina ha tenido tantas versiones, adiciones, reediciones, canciones, interpretaciones y ampliaciones que es difícil seguir la pista de su línea de tiempo. Siempre hay algo más en esta narración, un pedazo que falta, una imagen que reconocemos, una idea nueva que se le adjudica. La historieta va y viene con sus metáforas, se ajusta a lo nuevo, a lo que viene, a lo que fue, desde su pasado como narración fundacional en la que Buenos Aires, Capital Federal, es el centro de una invasión. Otra de esas ideas argentinas que un sector de la ciudad defiende, cuando se ha insinuado que todo lo que esté por fuera de la Capital Federal no es Argentina, porque más allá de los límites que traza la Avenida General Paz está lo otro, lo extraterrestre. En la historia reciente, en los primeros meses de la pandemia sus representaciones volvieron a estar en el centro: el encierro, enfrentarse a lo desconocido, el miedo de salir a la calle, un traje para evitar el contagio y otros elementos nos recordaron sus viñetas.

El Eternauta inicia con un guionista de historietas trabajando en solitario. Las primeras líneas son estas: «Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad. La ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada». Una metaficción marca la ruptura de la cotidianidad. El guionista, similar a Oesterheld, recibe la visita de un navegante del tiempo, un viajero de la eternidad que le cuenta una historia, que es la otra historia que delimita una línea paralela en la historieta: una noche de verano Juan Salvo (el viajero) y unos amigos: Favalli, Lucas y Polsky están reunidos jugando al truco. En la casa, en un piso más abajo, la esposa de Salvo, (Elena) está leyendo, y su hija Martita duerme. De esa imagen doméstica la aventura se tuerce por el sonido de una amenaza, una noticia extraña en la radio, interrupciones en la frecuencia y el corte de la luz eléctrica. Afuera, en plena noche de verano grandes copos de nieve caen. El mundo que conocían ha cambiado de repente. Es el inicio y también una desarticulación. De ahí en adelante, la narración es una aventura y un enfrentamiento a lo desconocido, Juan Salvo de traje de buceador y con una escafandra, la invasión y la resistencia a una invasión que es también una cartografía por la ciudad: las calles de Vicente López, La Avenida del Libertador, la rotonda de la General Paz, la batalla el estadio de River Plate, las operaciones en las Barrancas de Belgrano, el encerramiento en Plaza Italia, los combates en la Plaza Congreso. Y por todo ese camino aparece la fuerza del grupo y la resistencia para enfrentar la invasión y una lista de enemigos: escarabajos gigantes (Los Cascarudos), autómatas (Los hombres robots), seres extraterrestres (Los Manos), unas bestias (Los Gurbos) y los que controlan todo (Los Ellos).

El Eternauta es una historia de supervivencia. De resistencia. Pero, sobre todo, una historia ligada al terrible destino de su autor: Héctor Germán Oesterheld y su familia. Tanto el escritor como sus 4 hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina (dos de ellas embarazadas) fueron desaparecidas durante la última dictadura cívico militar. Oesterheld fue secuestrado el 27 de abril de 1957. Cada 27 de abril; desde 1983, los personajes creados por el dibujante marchan juntos y gritan: «¿Dónde está Oesterheld?» gracias a la portada creada por el dibujante Félix Antonio Saborido para la revista Feriado Nacional.

Esta es una historieta apenas conocida en Latinoamérica donde los lectores de Mafalda son legión. Ambas son dos de las más importantes historietas argentinas, aunque con lecturas e impactos distintos, dentro y fuera. Tal vez Mafalda es algo equiparable a Soda Estero, muy popular por fuera de la Argentina, y El Eternauta, tan argentino y determinante, atemporal y críptico, es quizás como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. No es accidental que el día de la historieta argentina sea el 4 de septiembre, la fecha del inicio de su publicación.

Con la serie de Stagnaro se abre un retorno a su versión original y a nuevas lecturas con el riesgo que implica crear una adaptación de una narración con tantos ojos encima; y con lo que sabemos hace Netflix con sus producciones: blanquear, destilar, dejar todo muy pando. Antes de Stagnaro los directores Adolfo Aristarain, Israel Adrián Cateano, Alex de la Iglesia y Lucrecia Martel, intentaron crear su versión. Martel trabajó por años en un guion y unas ideas que se insinuaban radicales, ideas que se deslizaban a un registro menos obvio y espectacular al que podemos ver en esta serie copada de efectos. En muchas entrevistas y archivos la directora marcaba unas intenciones que se desprendían de una simple copia literal, señalando su fascinación, como salteña, al terror colectivo que existe a una invasión a la ciudad exclusiva de los porteños y, sobre todo, por el discurso del extraterrestre invasor manipulado, El Mano. «Hay algo bastante moderno que tiene El Eternauta, el discurso de El Mano. Ese fue para mí el punto de partida. Me parece que cuando descubre el miedo demuestra agudeza y humanidad en sus dichos, en su análisis de la destrucción». Al final la adaptación no fue posible, y las ideas de Martel y las incógnitas sobre cómo habría sido esa adaptación quedaron vagando en el tiempo.

Hay en El Eternauta una continuidad producto del relato colectivo que soporta narrativamente. El Juan Salvo de esta serie, veterano de la Guerra de las Malvinas, interpretado por Ricardo Darín, actor omnipresente de un tipo de cine argentino, no es su único héroe, porque el héroe en El Eternauta es el colectivo. Todos suman y todos son importantes. Como el Darín de Argentina, 1985, interpretando al fiscal Julio César Strassera, en el Juicio a las Juntas Militares, uno más dentro del colectivo, o como los muchos logros colectivos de los deportistas argentinos, las selecciones de fútbol, de Hockey, de Rugby, o de Baloncesto, que juegan y compiten en equipo por un bien común: La argentinidad. Nada es más grande que un logro nacional. Como lo dijo Darín en una entrevista para The Rolling Stone: «Esa marcada intención en hacer foco en lo individual nos aleja de los demás». La narración nos sitúa en una posición que no deja las cosas en la intervención divina de un superhéroe. Ante eso, desde hace un buen tiempo, la creación de Solano López y Oesterheld nos señala una alternativa. Un camino distinto, quizás, a la fe que nos ha implantado el cine superheroico de las últimas décadas, cine y su narrativa que, en parte, nos ha llevado al abismo en los últimos años.

El investigador argentino Demian Urdin, que leyó el libro cuando tenía seis años y ha dedicado sus lecturas y formación a esta narración escribió que «El Eternauta es el pináculo creativo de Oesterheld y la obra en la que podemos ver algunos de sus intereses en su máxima expresión. Inspirada en Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y en el boom de la ciencia ficción que nace en el segundo cuarto del siglo XX, la historia recupera muchos de los “miedos” de la época». Tal vez esos miedos de la época no han desaparecido del todo, y permanecen ahí, están a unos minutos de distancia, en nuestra memoria colectiva y anunciados en las noticias de los últimos días.

La serie de Stagnaro no es una adaptación ajustada en su totalidad a la historieta original como pasó con la fallida adaptación de Cien años de soledad y su exceso de escenas decorativas y empaques publicitarios de exportación. Aunque esta también es una serie con los filtros y el corsé de las producciones Netflix que están salpicadas de lugares comunes y un destilado de escenas con canciones reconocibles, en este caso, argentinas. Como señaló Roberto Bartual: «lo más probable es que la versión audiovisual de El Eternauta esté más blanqueada que la nevada mortal y que Ricardo Darín no encarne más que lo que preconizaba el final del primer Eternauta: el olvido». Y sí, esta entrega conserva en parte su núcleo y sus elementos determinantes: la solidaridad, la resistencia, el paisaje de la ciudad, la nevada, todo eso parece estar en una versión que no se distancia mucho de las series y películas de invasiones que siempre suceden en alguna ciudad de los Estados Unidos, aunque lo que se muestra acá es un relato argentino sobre el poder del colectivo que se expande a un relato global en este presente plagado de superhéroes y nuevos superhombres. Ojalá que eso que eso no que en el olvido y perdido en el tiempo.

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