En las calles del Valle de Aburrá hay atracos, trancones y construcciones, pero independientemente de lo que suceda hay personas que se toman los andenes para rebuscarse la vida vendiendo alimentos.
La Twittercrónica recorrió algunas de estas calles buscando puestos de comida ambulantes.
Es fácil decir que están en todo lado, ¿pero dónde exactamente? No es tan sencillo recordarlo, pues se camuflan en el paisaje urbano como personaje anónimos, sin que les reconozcamos, y en muchas ocasiones nos salvan: un tintico fresco, el aguacate para el almuerzo o una buenas papas -de esas que mucha gente llama ‘papa-mugre’- para acompañar el camino.
Como en la sala de la casa
María Socorro Rodríguez vive en Manrique Oriental y desde hace 20 años vende mangos en la esquina del parque de San Antonio. “Hasta los policías me dicen que soy una fundadora del lugar”.
Todos los días, menos los domingos que descansa, María recoge el carrito que guarda en un parqueadero por el que paga 1.700 pesos diarios.
Llega al parque y comienza a organizar el mango para vender, con la compañía de su hermano Argemilo, quien trabaja como mensajero en bicicleta en el Centro de Medellín.
En cubos o rayado, biche o maduro, pica ella misma la fruta que mantiene en un balde con agua al lado de su silla y la guarda en los 20 vasitos de plástico que intenta vender cada día.
“El mayor problema es que a mí nunca me han dado permiso y se me llevan todo. Me dicen que si les puedo colaborar con la salida, pero yo, como una cucaracha: entre más me saquen, más me entro”.
Frutas frescas en un andén
La vida un barrio como Belén Parque tiene ventajas, encontrar frutas en la esquina de la cuadra es una de ellas.
Para ayudarnos con el desvare y el antojo está Rubén Darío Orrego, quien es vendedor en la calle desde que tenía 12 años. “Aquí, aquí llevo cinco, porque a uno los de Espacio Público lo hacen mover todo el tiempo”.
Para él, todo empieza a las 4 a.m., cuando don Rubén sale camino al metro para ir a la Mayorista a comprar la mercancía del día. “Normalmente me gasto unos 300 mil pesos, pero ahora con el paro eso es lo que uno pueda encontrar”.
Luego vuelve a su esquina habitual y se demora organizando el puesto 40 minutos. “Y casi todo se vende antes del mediodía. Yo ya a las tres de la tarde, estoy arreglando para irme a descansar”.
Con permiso es más fácil
Marina Valencia vende papas a una cuadra del parque de Sabaneta y corre con la suerte de ser uno de los vendedores ambulantes con permiso.
Después de 21 años, esta mujer viuda y madre de dos hijos, sigue pelando y picando los 20 kilos de papa y plátano que vende cada día.
“Lo mejor de este trabajo es sencillamente ser mi propia jefa. Cuando quiero trabajo, cuando no, pues, no”