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Crónicas de un Fan Fatal: una bomba que se hizo canción

hace 4 horas
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  • Crónicas de un Fan Fatal: una bomba que se hizo canción

I.R.A. significa Infección Respiratoria Aguda. Pero más allá de esa definición médica, en Medellín y en buena parte de Colombia, esas tres letras representan a una de las bandas más influyentes de la historia del punk nacional. Durante cuarenta años, Viola, Mónica y Duván, sus integrantes actuales, han sostenido con fuerza y convicción una bandera sonora que no solo grita contra el sistema, sino que también propone, acompaña y resiste.

En medio de su momento de consolidación, cuando ensayaban, grababan y construían su propuesta musical, vivieron el horror. Lo vivieron de frente, sin anestesia. La Medellín de los años ochenta y noventa, marcada por los toques de queda, los muertos diarios y el estallido de bombas, se convirtió en el escenario real de su historia y de sus canciones. El terrorismo, con nombre propio, el del cartel de Medellín, se incrustó en la cotidianidad como un cuchillo frío y punzante.

La canción Atentado Terrorista nació en ese contexto. No fue una idea lejana ni una denuncia retórica. Fue una vivencia. Fue una herida. Fue un grito. Compuesta en 1991, en pleno auge del terror urbano, reflejaba el miedo colectivo, la rabia contenida y la sensación de estar a merced de un sistema podrido. Las letras hablaban de bombas, de ruinas, de dirigentes escondidos, de una ciudad destruida por la ambición y la crueldad.

Viola, vocalista de la banda, recuerda con nudo en la garganta ese momento. Su voz tiembla cuando lo cuenta. Aquel año, una bomba estalló cerca de la casa de sus padres, destruyéndola casi por completo. No hubo heridos, pero sí ruinas, miedo, desamparo. Nadie se hizo responsable. Nadie ofreció ayuda. Solo quedó el eco de la explosión y la certeza de que en esa guerra absurda, todos eran víctimas. Incluso ellos, que solo querían hacer música.

Mientras grababan el disco —un vinilo de siete pulgadas con nueve canciones—, la ciudad ardía. Grababan de día y sobrevivían de noche. La canción que dio nombre al disco no fue un ejercicio creativo, fue un acto de resistencia. “Dejen nuestras viviendas en paz”, cantaban. “No siembren más pánico, no destruyan la ciudad”. No era una metáfora. Era un mensaje directo a quienes sembraban el terror. A quienes jugaban a ser dioses con dinamita.

Lo que vivían, lo que veían, lo que temían, quedó plasmado en esa canción y en muchas más. Porque I.R.A. no ha sido solo una banda punk. Ha sido cronista del dolor y la esperanza de Medellín. Ha narrado los estallidos, las mentiras, el amor, la ecología, la política sucia, la familia. Y lo ha hecho desde la calle, desde abajo, desde donde duele.

En una época donde todo se diluye en discursos vacíos, es necesario recordar que hubo —y hay— quienes se jugaron la vida por decir lo que otros callaban. Que hubo —y hay— quienes con guitarra, bajo y batería, se enfrentaron al horror con la fuerza del ruido. Que hubo —y hay— quienes convirtieron una bomba en canción. Y eso, en esta ciudad de cicatrices, no puede olvidarse.

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