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El Gobierno del símbolo

hace 4 horas
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  • El Gobierno del símbolo

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

Los símbolos condensan en una imagen, un gesto o una frase las emociones y luchas de un grupo; permiten identificarse, unirse y movilizarse. En política, los símbolos no solo representan proyectos o ideologías, también legitiman liderazgos, marcan rutas y generan relatos. Son contenedores que organizan ideas para alcanzar metas.

El problema se presenta cuando el contenedor, pese a su belleza, está vacío o, peor aún, cuando el empaque dice lo contrario de lo que contiene. Es el caso del Gobierno del presidente Gustavo Petro: un gobierno que no construyó más que símbolos que contienen falacias y desengaños.

La campaña a la Presidencia de Petro fue un éxito del mercadeo político: una campaña colorida, incluyente, con un grupo de “decentes” que hablaba de la vida y el amor como consignas políticas. Hoy vemos a un gobierno desteñido, con discursos excluyentes y salpicado por escándalos de corrupción y de mal uso del poder; hoy tenemos una Colombia donde la muerte se pasea en un sistema de salud en crisis y campos acechados por grupos criminales y un presidente que lanza con frecuencia mensajes de odio: la política del amor era, en realidad, la del amor al poder.

Vimos al presidente agitar el pañuelo verde del feminismo; prometer inclusión y transformación de las viejas prácticas machistas. También fue un engaño: durante tres años hemos visto sucederse escándalos y denuncias sobre colaboradores cercanos al mandatario con hojas de vida manchadas por abusos y acosos a mujeres; la respuesta de Petro siempre fue defender a sus amigos y el pañuelo no se volvió a ver en presidencia.

Francia Márquez fue uno de los símbolos más potentes: lideresa negra, de origen humilde y víctima de la guerra, llegó a la vicepresidencia para reivindicar poblaciones y territorios excluidos. Hoy la excluida es ella: Petro la hizo a un lado, el séquito presidencial la rechaza y hasta las bodegas digitales la atacan. La dignidad no se hizo costumbre, la gente que la erigió como símbolo nacional no empezó a vivir sabroso y constantemente expresa, impotente, su decepción.

Recordamos al presidente hablando de una “sociedad del conocimiento”. Habló de ciencia y tecnología, se mostró ambicioso en educación, embelesó a los jóvenes con promesas, convocó a doctores y doctorandos a regresar al país para ponerse al servicio de la patria. Qué ilusión, concluyó entonces la Misión de Sabios. Hoy, el Ministerio de Ciencia ve reducido año a año su presupuesto, el gobierno recurre a cifras falsas para inflar logros en educación superior, los deudores del Icetex se quedaron con las deudas hechas, a los doctores no se les abrió espacio, se rebajaron requisitos académicos para ocupar altos cargos y hasta los ministros desprecian la matemática y la ciencia por ser demasiado “hegemónicas”. Ya ni siquiera será necesario hablar inglés para ser embajador.

No olvidamos que el presidente reclamó con orgullo la espada de Bolívar el día de su posesión como símbolo unificador. Pasó el tiempo y lo vimos de nuevo, hace unos meses, izar la misma espada bajo consignas de guerra a muerte y amenazas a las instituciones y a los contradictores. El símbolo caló en sus seguidores y hoy tenemos un país más polarizado y un año electoral lleno de miedos y peligros. La espada de Bolívar no terminó acercando a los colombianos sino a nuestro presidente con el dictador del país vecino.

El “gobierno del cambio” llega a su último año siendo un Gobierno de símbolos vacíos. Discursos grandilocuentes, promesas incumplidas, proyectos inverosímiles y muy pocos resultados a destacar.

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