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Lo que nos une es más profundo de lo que nos divide

¿Y si el mundo pudiera vivir como lo hicimos en San João o caminar unidos como en Fátima? Quizás no sea tan utópico. Quizás solo haga falta volver a lo esencial: compartir, mirar, escuchar.

hace 2 horas
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  • Lo que nos une es más profundo de lo que nos divide

Por Caty Rengifo Botero - JuntasSomosMasMed@gmail.com

En tiempos donde el mundo parece fragmentado por ideologías, diferencias culturales y heridas del pasado, existen momentos luminosos que nos recuerdan que la convivencia es más que posible: es natural cuando dejamos que el corazón nos guíe.

Hace poco viví dos experiencias que me hicieron reflexionar profundamente sobre el poder de estar unidos. En San João, en Porto, la ciudad entera se transforma en una fiesta de luz, música y alegría. Personas de todos los rincones del mundo se reúnen no para competir, ni para imponer sus verdades, sino para celebrar la vida. Vas por la calle dando golpes en la cabeza de quienes te rodean, lo haces con un chipote de plástico -como el del Chapulin Colorado- los golpecitos juguetones en la cabeza, son símbolo de algo más grande: la alegría compartida, la risa sin idioma, el gesto que une sin necesidad de palabras. Me encontré riendo con desconocidos, abrazando a la noche junto a personas con las que nunca había hablado, y, sin embargo, sentí que compartíamos algo íntimo: el deseo de vivir en paz.

Luego, en Fátima, entre velas encendidas y cánticos susurrados, contemplé una procesión multitudinaria. Gente de distintos países caminaba junta, orando en su idioma, en búsqueda de fe, consuelo o quizás simplemente comunión. No importaba la bandera que cada uno llevaba en el corazón. Allí, bajo el mismo cielo, todos éramos uno.

Estos instantes me hacen pensar que la convivencia no se construye desde discursos políticos ni desde imposiciones morales, sino desde la voluntad de mirar al otro con empatía. Dejar atrás las pasiones ciegas, el odio sembrado por generaciones, requiere valentía. Pero también requiere encuentros como estos: donde la esperanza vence al miedo, donde la celebración desarma los prejuicios, donde la espiritualidad se convierte en puente.

¿Y si el mundo pudiera vivir como lo hicimos en San João o caminar unidos como en Fátima? Quizás no sea tan utópico. Quizás solo haga falta volver a lo esencial: compartir, mirar, escuchar. Entender que aunque no pensemos igual, podemos bailar en la misma calle. Aunque nuestras plegarias sean distintas, nuestras lágrimas se parecen.

Porque, al final, lo que nos une es mucho más profundo que lo que nos divide.

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