En las tardes, con el cierre de edición respirando en la nuca y un reguero de caras de pocos amigos en la sala de redacción, aparecía Juan Gonzalo y pasaba por cada área entregando, puesto por puesto, correspondencia y paquetes. Entonces saludaba a todo el mundo como si fuera el saludo mañanero; enérgico y alegre, acompañado por esa sonrisa que parecía tener tatuada en el rostro. Con su uniforme impecable, como si lo acabara de sacar de la bolsa y estuviera estrenando. Y durante los minutos en los que daba la ronda por redacción, la energía cambiaba un poco. “Chalo”, quien falleció este lunes 21 de julio a sus 62 años, era de esas personas que tenía ese donde dejar una estela de alegría a su paso.
Juan Gonzalo Henao Pardo era también una rareza en estos tiempos. Estuvo en EL COLOMBIANO cuando su sede era en Juanambú, estuvo siempre cuando pasó a su histórica sede en Envigado y siguió alegrando los días de trabajo presencial cuando, después de la pandemia, cambió definitivamente el modo de trabajo y, como cientos de empresas, el periódico entró a funcionar en ese modelo híbrido de oficina y casa. En un país donde los empleados duran en promedio entre tres y cuatro años en una empresa, Juan Gonzalo se acercó al medio siglo haciendo parte de esta casa periodística, donde realizó siempre su trabajo como mensajero con una alegría contagiosa. Ya fuera con los altos directivos de la empresa o con el practicante recién llegado, de Chalo siempre se podía esperar una buena conversa, un consejo sencillo y respetuoso, buen estrechón de manos.
Carlos Mario Gómez, editor nocturno y que hace parte de EL COLOMBIANO desde hace 37 años, recordó que desde niño Juan Gonzalo tuvo como desvelo que sus compañeros se sintieran apoyados y queridos. “Juan siempre se caracterizó por ser un gran compañero y buen futbolista. Lo conocí desde niño, en la Escuela Federico Ozanam, en Buenos Aires, fuimos compañeros en la primaria. Desde entonces, él me contaba que vendía el periódico EL COLOMBIANO en las madrugadas y luego se venía a estudiar. Era el mejor de todos nosotros en el fútbol. Con el paso de los años, nos volvimos a cruzar en EL COLOMBIANO. Siempre amable y mamagallista. Una gran persona y compañero. Mi solidaridad con su familia. La fui bien con él en la escuela. Incluso, varias veces me defendió cuando algunos de los compañeros se pasaban haciendo matoneo a todos los compañeros. Juan llegaba al momento a ponerles tatequieto”.
Claudia Arango, editora de Tendencias, valoró esa energía que siempre repartió Chalo en la oficina. “Siempre que se acercaba a mi puesto a entregarme alguna correspondencia, me saludaba de beso y abrazo. Me preguntaba cómo estaba con una energía desbordante que te contagiaba. Nunca lo vi enojado, nunca lo vi de mal humor, nunca lo vi serio, siempre sonriendo, siempre con la mejor actitud. Uno podía tener un mal día, un momento angustiante y su sola presencia ya lo alegraba a uno, porque si él notaba que uno estaba ‘bajito’, buscaba la forma de hacerte reír, “a ver, pues, anímese, pues, que usted se ve mejor riéndose”, decía. Hablaba con orgullo de todos los años que llevaba en el periódico, de toda la gente que había conocido. Lucía su uniforme con gusto y se le notaba feliz de llevar en su camiseta el logo de EL COLOMBIANO”.