Pico y Placa Medellín

viernes

3 y 4 

3 y 4

Pico y Placa Medellín

jueves

0 y 2 

0 y 2

Pico y Placa Medellín

miercoles

1 y 8 

1 y 8

Pico y Placa Medellín

martes

5 y 7  

5 y 7

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

6 y 9  

6 y 9

Un nuevo camino: formar mentes para prevenir el crimen

Santiago Tobón, reconocido investigador de pandillas y del crimen organizado en Medellín, tiene claro que la seguridad no se sostiene solo con cámaras ni patrullas, sino con una transformación más profunda: desde el pensamiento.

  • Pruebas realizadas con jóvenes de alto riesgo durante un año en el programa en Medellín, Chicago y otras ciudades documentan reducciones en síntomas de ansiedad y depresión, así como en arrestos por delitos violentos, cuando se entrenaron habilidades de reencuadre y autorregulación cognitiva. FOTO: Manuel Saldarriaga
    Pruebas realizadas con jóvenes de alto riesgo durante un año en el programa en Medellín, Chicago y otras ciudades documentan reducciones en síntomas de ansiedad y depresión, así como en arrestos por delitos violentos, cuando se entrenaron habilidades de reencuadre y autorregulación cognitiva. FOTO: Manuel Saldarriaga
02 de noviembre de 2025
bookmark

Colaboración especial de Santiago Tobón.

Hoy, cuando Medellín puede celebrar avances en seguridad impensables hace tres décadas, sería un error creer que lo logrado se sostiene solo. En los 90, la ciudad fue sinónimo de miedo, de violencia y de dolor. Una generación entera creció con la idea de que la muerte podía llegar en cualquier esquina y de que el futuro era un lujo. Algunos jóvenes, marcados por esa atmósfera, vieron en el mundo criminal una “oportunidad” rápida de dinero, reconocimiento y poder. Muchos pagaron un precio altísimo: sus vidas y, en ocasiones, las de sus familias. Si miramos al porvenir de una Medellín en el futuro, la pregunta no es solo cómo evitar volver a ese abismo, sino cómo cultivar, desde edades tempranas, un deseo de que esa vida “fácil” se vuelva innecesaria y poco deseable.

Después de encuestar a miles de niños en los colegios de la ciudad, de entender las dinámicas del crimen organizado y de probar qué podría funcionar para detener el interés en estos espacios, hemos aprendido algo que parece obvio y, sin embargo, a menudo olvidamos: el crimen compite por el deseo de los jóvenes. No se impone solo por la fuerza; seduce con promesas de pertenencia, estatus y flujo de caja inmediato. Cuando el camino legal tarda demasiado en entregar sentido y dignidad, el atajo ilegal luce menos arriesgado de lo que realmente es. Esta constatación nos obliga a correcciones profundas: no basta con “alejar” a los jóvenes del delito; tenemos que acercarlos a un proyecto de sociedad que los reconozca, los necesite y los cuide a tiempo.

Hablar de los más jóvenes nos permite encontrar una oportunidad; la cobertura educativa es casi universal en estas edades, mientras que más grandes ya hemos perdido a aquellos jóvenes en mayor riesgo. Esta edad es, entonces, el terreno donde se siembran las convicciones que sostienen decisiones futuras. En ese periodo, la identidad se forma.

Habilidades de autorregulación

A partir de lo que sabemos hay una herramienta psicológica cuyo potencial merece una reflexión: la terapia cognitivo-conductual (TCC). La TCC es un entrenamiento de pensamiento y de conducta que ayuda a poner en pausa, identificar ideas automáticas y ensayar respuestas alternativas frente a provocaciones, humillaciones o tentaciones. Sabemos que en la adolescencia la cognición rápida —ese impulso de reaccionar sin filtrar— gobierna muchos momentos críticos. Intervenciones breves, enfocadas y bien ejecutadas, han mostrado que enseñar a frenar, reinterpretar y elegir de manera deliberada puede traducirse en menos agresión, menos conflictos y menos delitos. Pruebas con adolescentes de alto riesgo en Medellín, Chicago y algunas otras ciudades, por ejemplo, han documentado reducciones sustantivas en síntomas de ansiedad y depresión y una caída de arrestos por delitos violentos durante el año del programa cuando se entrenan estas habilidades de autorregulación y reencuadre cognitivo.

No es el único caso. En contextos mucho más adversos, como el de jóvenes en situación de altísimo riesgo en Liberia, un programa intensivo de TCC, centrado en control de impulsos, manejo de la ira y construcción de una nueva narrativa de vida, redujo conductas delictivas y antisociales con efectos que, en varias mediciones persistieron en el tiempo; combinada con un impulso económico inicial, la intervención aceleró la transición hacia actividades legales. Esto sugiere que cambiar los guiones mentales puede ayudar a cortar con identidades dañinas y abrir espacios para proyectos de vida más estables.

Además de efectiva, la TCC tiende a ser costo-eficiente. Parte de su potencia está en que se puede impartir en grupos pequeños, en tiempos acotados y en lugares donde los jóvenes ya están (colegios, clubes, bibliotecas). Ahora bien, no basta con enseñar a “frenar”. Si de verdad queremos disminuir el interés por la vinculación criminal, debemos entrarles a tres nudos que vemos repetirse en quienes están más cerca del riesgo.

Romper el paradigma de los retornos de la educación. En muchos barrios, la educación aparece como una promesa larga con rendimientos inciertos. Quien necesita ingresos hoy escucha: “Estudia para que mañana...”, y siente que no tiene ese mañana. Sabemos, por nuestras investigaciones, que los jóvenes suelen subestimar los retornos de estudiar y que, cuando reciben información creíble sobre esos retornos, algunos ajustan sus decisiones a favor de seguir en la escuela.

Romper con el “estatus” que otorga la pertenencia a estos grupos. La afiliación a redes ilegales suele traer consigo una moneda emocional inmediata: reconocimiento, el acceso a poder y otros beneficios. A la par, reconfigura nociones de masculinidad y de honra. No estamos negando la dimensión material del reclutamiento; el deseo de estatus se reeduca con experiencias repetidas de autoeficacia y pertenencia positiva.

Cuidar los referentes; la dimensión simbólica de la “plata fácil”. Vivimos dentro de corrientes culturales que cuentan historias sobre lo que vale. Muchas canciones, videos y narrativas celebran —explícita o sutilmente— la ostentación y la salida rápida, el dinero que llega “sin estudiar” y el respeto que se compra con miedo. No se trata de pedir censura ni de demonizar géneros; se trata de reconocer el poder del modelamiento social: copiamos lo que vemos que trae recompensa.

Medellín aprendió, con dolor, que las decisiones de hoy se pagan durante décadas; aprendamos también que los hábitos de cuidar el pensamiento empiezan temprano, se entrenan y rinden frutos. Si a esa ética de cuidado le sumamos memoria honesta, entornos que no expulsen y adultos que se sostienen, la “vida fácil” perderá brillo, porque ya no hará falta. Y ese será, quizá, el mejor indicador de progreso para la Medellín que queremos después de sus 350 años.

Colaboración especial de Santiago Tobón. Es director de Valor Público y profesor de Economía en la Universidad EAFIT. Quienes lo conocen saben que le gusta estar en la calle, hablando con policías, delincuentes y ciudadanos, porque “para entender lo macro hay que conocer lo micro”. Ha trabajado con el BID, UNU-WIDER y
en la Universidad de Chicago. Ganador de la Medalla Juan Luis Londoño de la Cuesta.

El empleo que buscas
está a un clic

Nuestros portales

Club intelecto

Club intelecto

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida