Débora Arango murió hace veinte años y hace casi cuarenta donó la casi totalidad de sus pinturas, bocetos y artesanías al Museo de Arte Moderno de Medellín. Lo hizo porque el Mamm sacó del olvido el trabajo que ella realizó durante toda una vida dedicada a las artes plásticas y a la soledad en Casa Blanca, una casona en Envigado. Todo esto viene a cuento por el reciente debate provocado en la ciudad por cuenta de la intención que tiene el Mamm de venderle al Banco de República las obras Madona del silencio y Rojas Pinilla.
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“Para que la gente se haga una idea, que se vendan estas obras sería como si el museo de Van Gogh vendiera uno de los cuadros de la serie de Los girasoles”, dice una fuente que habló con EL COLOMBIANO con el expreso pedido de conservar oculta su identidad.
De alguna forma, ambas obras representan los aspectos más llamativos de la obra de la pintora nacida en Medellín en 1907. Por un lado, Madona del silencio muestra la forma disruptiva en la que Arango representó a la maternidad, lejos de los motivos del marianismo. Además, Rojas Pinilla representa su visión política del país, cercana a las reivindicaciones del gaitanismo.
La decisión del museo de vender las obras no es reciente. Hace parte de una estrategia para amplificar y divulgar el legado de Débora, que incluye el acompañamiento desde el año pasado a la alcaldía de Envigado en su plan de abrir la Casa Museo Débora Arango; un libro sobre la artista con una mirada actual de sus obras, que espera publicar en marzo. También acompaña la producción de una película de Débora que hacen unos realizadores estadounidenses. Además, tiene el plan de hacer una exposición de Débora en diálogo con las obras de otros artistas de que Femsa tiene en su catálogo.
“El museo tiene hoy 246 obras de Débora Arango, y esas obras son el grueso de su producción. Para nadie es un secreto que los museos exhibimos más o menos el 10% de nuestra colección, y este es un museo que, como otros, tiene unas limitaciones de espacio, humanas, administrativas, financieras. Entonces para nosotros que Débora Arango esté presente en colecciones públicas es parte fundamental de esa estrategia”, dice María Mercedes González, directora del Mamm.
La intención del museo abre un debate que trasciende al museo en particular y al gremio del arte en general. Se trata de un asunto de ciudad, porque implica pensar en lo que se quiere contar de la historia y sus personajes, en los recursos con los que deberían apoyar las decisiones que se tomen en relación a la custodia y divulgación de las obras de arte.
Nadie sabe bien cuánto podría ser el valor de las obras de Débora Arango. Para algunos resulta incalculable. Para el museo, el dinero que resulte de la transacción podría utilizarse en la ampliación de la zona en la que se custodian las obras de Débora y de otros artistas. “Estamos en una situación en la que si alguien nos dona una obra de gran formato debemos decir que no”, cuenta la directora del Mamm.
También, la directora del museo dice que la plata recibida por las obras –cuyo monto no ha sido conversado con el Banco de la República a la espera de un permiso del Ministerio de Cultura– sería utilizado para la adquisición de obras actuales de mujeres antioqueñas. “Tenemos una colección de 686 artistas: 504 hombres, 182 mujeres. Es una gran inequidad”, dice la directora.
Sin embargo, estos argumentos no convencen a los críticos de la decisión, que consideran que vender estas dos obras sienta un precedente que abriría las puertas a futuras ventas. Además, señalan que las obras de Débora, por decisión de ella misma, debería quedarse en el Mamm, en pleno corazón de Medellín. “El Mamm es la casa de Débora y así debería ser”. A su vez, María Mercedes Gónzález dice que la amplitud de la obra de Débora permite que haya “Déboras para todos: para el Museo Nacional, para Casa Blanca, para el Banco de la República (...) No hemos hecho nada que no corresponda”.